Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos

N° 8. Año 2019. ISSN: 2525-0841. Págs.155-161

http://criticayresistencias.com.ar

Edita: Fundación El Llano – Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL)

Reseña de Fornillo, B. (2016) Sudamérica Futuro: China global, transición energética y posdesarrollo, Buenos Aires: El Colectivo-CLACSO, 196 págs.[1]

Esteban Ezequiel Vila[2]

Quien quiera adentrarse en la lectura del libro que aquí se reseña debe tener en cuenta que el mismo constituye un trabajo que presenta un abordaje multidisciplinario. Los capítulos que lo componen bien podrían leerse de forma independiente ya que los temas tratados no se encuentran necesariamente conectados. Sin embargo, los tópicos desplegados a lo largo de las páginas que componen el texto comparten un común denominador: la dimensión sudamericana y sus márgenes de autonomía en el nuevo mundo; la relación entre naturaleza y tecnología; la articulación entre geopolítica, ambiente y política; la búsqueda de alternativas al desarrollo y la igualdad colectiva así como la indagación por posibles estrategias a futuro (Fornillo, 2016, p.18).

Si bien materias de análisis como la emergencia de China y su constitución como la economía más importante a nivel mundial, la cuestión de los recursos naturales estratégicos, el posdesarrollo y la transición energética, así como la historia del pensamiento geopolítico en América del Sur pueden ser temas que no vayan de la mano, el autor busca ensortijarlos bajo el objetivo común de pensar cómo estas problemáticas se emplazan en la región y condicionan su devenir histórico. De esta manera, hace uso de conocimientos provenientes de la historia, la geografía, la geopolítica y la economía para desarrollar cada uno de estos procesos en los cuatro capítulos que componen el libro.

En el primero de ellos, el énfasis está puesto en el papel de China en la actualidad. El autor nos recuerda que hasta el siglo XIX los gigantes asiáticos daban cuenta del 49% del total de la producción a nivel mundial, lo cual supuso un eclipse de tan sólo dos siglos en la historia de la humanidad ya que hacia inicios de la actual centuria Asia posee el 67% de la población mundial y un tercio del volumen económico global. En este contexto, le presta especial atención a tres elementos: el vínculo de China con su entorno asiático, la tensión creciente con los Estados Unidos y las relaciones establecidas con el Tercer Mundo, especialmente con Sudamérica.

En cuanto al primer elemento, se recuperan los vínculos que establece de forma estratégica con Rusia, los cuales se basan en una finalidad compartida que consiste en hacer menguar el poder unilateral de Estados Unidos y construir una “multipolaridad” global. Al mismo tiempo, estos países tienen una interdependencia a partir del poderío energético y militar ruso y el respaldo de capital y la industria china compartiendo, finalmente, frontera y anclaje territorial.

Se reponen también las alianzas establecidas con países menores y con otras naciones que antaño estuvieron bajo el ala norteamericana: Japón y Corea del Sur. Con ellos, China está experimentando un progresivo incremento en el intercambio interindustrial[3], en la integración tecnológica y la descentralización de actividades. Por último, si bien mantiene conflictos limítrofes con la India, estaría propiciando un acercamiento desde los BRICS[4], en la búsqueda de generar una amplia alianza que ponga en entredicho la hegemonía Atlántica sustentada en Norteamérica y Europa.

En este marco, los norteamericanos han virado en su política internacional con miras a la contención del gigante asiático a partir de diversos acuerdos (TTIP[5], TPP[6], ALCA[7], etc.) que buscan neutralizar el creciente peso de China en el comercio mundial. Pero, la política a nivel internacional no discurre sólo en el plano de la diplomacia y el comercio, mostrando un incremento de la militarización que, como en el caso del continente africano, se expresa en crecientes disputas entre norteamericanos y chinos por el acceso a recursos y la consiguiente protección de las rutas por donde circulan los mismos, así como las mercancías ya manufacturadas.

El texto recompone estos mapas de circulación y las bases militares estadounidenses instaladas en los países asiáticos, aunque negando, de forma razonable, la posibilidad real (por lo menos en el corto plazo) de una guerra sino-americana ya que implicaría ingresar también en un conflicto con Rusia, lo cual sería insostenible para Estados Unidos (Fornillo, 2016). En lo que respecta a la región sudamericana, se da cuenta de cómo China se ha convertido, desde comienzos del actual siglo, en el principal socio comercial de la región, con el objetivo de conseguir recursos naturales, abrir mercados y consolidar su influencia geopolítica.

Asimismo, la nueva potencia mundial ha logrado establecer relaciones asimétricas, siendo demandante de recursos básicos de escaso valor agregado y colocando bienes de alto valor agregado en mercados locales (Slipak, 2013). Esto ha llevado a que algunos especialistas (p.e. Svampa, 2016) hablen de la consolidación de un “Consenso de Beijing”, lo cual estaría poniendo de relieve la dependencia comercial de los países latinoamericanos. Tal vez, un elemento que falte desarrollar en el capítulo sean referencias a esta dependencia como proceso de larga duración en la región, resaltando las diferencias que han tenido a lo largo de la historia las distintas potencias con las cuales se han ligado comercialmente los países latinoamericanos.

El segundo capítulo se aboca a pensar la cuestión de los recursos naturales y el desarrollo en América del Sur, lugar que pareciera estar reservado en la historia para la explotación (y exportación) de naturaleza. Así, a pesar de haber contado con, aproximadamente, una década de bonanza económica a partir del aumento del precio de los commodities a comienzos de la actual centuria, los patrones de intercambio no se han modificado sino que se han acentuado. La pérdida de poder de Estados Unidos y de la Europa neoliberal ha sido reemplazada por China, quien “se ha convertido en uno de los principales impulsores de la demanda de energía, minerales, alimentos y recursos hídricos” (Fornillo, 2016, p.61). A su vez, China lleva adelante una “externalización de los costos ambientales”, en tanto los productos extraídos de Sudamérica (soja de Argentina, hierro de Brasil, cobre de Chile, entre otros) generan un perjuicio al ambiente que es “tercerizado” por esta potencia.

Este ciclo de crecimiento recientemente experimentado por los países latinoamericanos, a decir de  Svampa (2016), ha constituido un “consenso de los commodities”, lo cual hace referencia a que las materias primas han sido invadidas por la lógica financiera. De este modo, el texto discute la forma de denominar los bienes que la naturaleza provee, ya sea como commodities, capital natural, recursos estratégicos o bienes comunes, recuperando esta última denominación en la medida en que es sostenida por los movimientos sociales y altermundistas que postulan un horizonte “ecosocialista”, a partir de lo cual estos bienes comunes estarían más allá de la estructura de la mercancía propia del capitalismo. En última instancia, el texto pone en discusión la idea de “recursos estratégicos” asociados al viejo desarrollo industrial de la época proteccionista.

Emplazado en este debate, el autor analiza el caso del litio en tanto recurso fundamental para la confección de baterías para el almacenamiento de energía luego de la transición que, más temprano que tarde, el planeta deberá atravesar una vez agotados los combustibles fósiles. Se estudian los casos de Argentina, Bolivia y Chile, países que cuentan con alrededor del 65% de las reservas a nivel mundial de este mineral esencial para el desarrollo energético futuro, tomando en cuenta las diversas estrategias que plantea cada uno de ellos.

En síntesis, mientras Chile se vincula íntegramente al mercado mundial, exportando el mineral “en bruto” e incorporando las baterías ya fabricadas, Bolivia mantiene un férreo control estatal sobre el proceso de extracción e intenta confeccionar las baterías, aunque actualmente no le es posible por falta de desarrollo tecnológico. Por su parte, Argentina posee un régimen privado de extracción minera, aunque también un polo científico-tecnológico más desarrollado que Bolivia, a pesar de lo cual no ha concretado su intento de fabricación de baterías. En una de las partes propositivas que posee el trabajo, se plantea una asociación necesaria con el país más desarrollado de la región en términos industriales para la producción de estas baterías: Brasil.

Aquí, más allá del problema de si el litio es o no un recurso verdaderamente estratégico, lo interesante que aparece en el libro es la posibilidad de pensar, en algún sentido, un elemento “virtuoso” en la cuestión del extractivismo. A diferencia de otras miradas (p.e. Svampa, 2016), enteramente negativas al respecto de las políticas desplegadas por los llamados “gobiernos progresistas”, aquí se piensa que esta tendencia a nivel global del capitalismo puede también brindar una apoyatura para la construcción de sociedades futuras. Aparece una mirada más fructífera que aquella que sólo se queda en la crítica a gobiernos de entre 10 y 15 años de duración, que no han logrado revertir una situación de dependencia que tiene, por lo menos, dos siglos de historia.

El tercer capítulo se aboca a pensar la transición energética en Sudamérica, con especial énfasis en los casos de Argentina y Brasil. El mismo parte de un hecho que no cabría cuestionar: la humanidad estaría viviendo aproximadamente unos 150 años (en el período 1900-2050) de “oasis energético” en su historia. Esto quiere decir que el modelo societal que se habita en la actualidad se sostiene fundamentalmente en el consumo de combustibles fósiles que son finitos y que, aunque lograran reemplazarse en su mayor parte, para el 2035 habrían llevado al planeta a un aumento de 6 grados en su temperatura, lo cual haría inviable la reproducción de los diversos ecosistemas[8].

Entonces, se vuelve necesario pensar un proceso de “transición energética” teniendo en cuenta que, en el caso sudamericano, aproximadamente un 33% de la energía primaria es exportada (de la cual el 40% es petróleo) y un 29% de lo utilizado para generarla proviene de fuentes renovables. No obstante, desde la década de 1990 se ha tendido a la privatización tanto de la generación como de la transmisión y la distribución de la energía, con ciertos matices en el sentido contrapuesto a partir del siglo XXI con los “gobiernos progresistas”. Ahora bien, a pesar de la mayor participación estatal del último tiempo, no se ha asumido un programa de transición ni desde el Estado ni desde la sociedad civil. Sólo han encarado una política más firme aquellos países que no poseen recursos fósiles: Chile y Uruguay. Al margen de estos dos casos particulares, el paisaje sudamericano es bastante heterogéneo, teniendo la posesión (o no) de hidrocarburos un peso decisivo en la intención (o no) de iniciar una transición.

En lo que respecta a Argentina y Brasil, el texto da cuenta de la peor situación del primero respecto del segundo en materia de transición energética. Esto se debe a que Brasil no sólo posee un mayor porcentaje de energía producida con renovables, sino que también la burocracia estatal brasileña muestra una planificación a corto, mediano y largo plazo (inexistente en Argentina), al mismo tiempo que promueve una participación de tecnología nacional (mientras aquí se la deja al emprendimiento privado). Por otra parte, el descubrimiento reciente en ambos países de reservas de gas y petróleo desalienta la inversión en renovables, al mismo tiempo que ninguno de los gobiernos despliega políticas de desarrollo en energías alternativas de forma firme.

La prioridad parece estar entonces en una diversificación que contenga alguna de ellas, ya sea la energía eólica, las pequeñas centrales hidroeléctricas, la biomasa y, en alguna medida, la energía solar. Sin embargo, no existen empresas dedicadas a la fabricación, instalación y mantenimiento de las energías a implantar y la ausencia de protección e impulso a este tejido industrial en los últimos años puede derivar en su paulatino desmembramiento en manos de competidores internacionales (Fornillo, 2016).

De tal forma que si el autor proyecta una transición energética que modifique los hábitos de consumo, rediseñe las cadenas productivas y la matriz energética en su conjunto, no concibiendo a la energía y su utilización sólo como un insumo para el desarrollo sino como un derecho humano, también admite como una orientación certera la de “inundar” la matriz energética de generación renovable sin modificar las estructuras de propiedad. De hecho, esta es la principal dirección actual que presentan los países sudamericanos, tendiendo a consolidar la continuidad del patrón fósil, la gestión privada y concentrada de la energía así como de las industrias de base que la soportan (Fornillo, 2016). Extraña entonces la falta de un análisis más pormenorizado en términos de preguntarse por el “sujeto social” de la transición energética, problema que no aparece en el libro, salvo por vagas referencias al “Estado” o la “sociedad civil”.

El cuarto y último capítulo trata un tema muy poco conocido entre los científicos sociales locales y, tal vez por este motivo, se constituya en el tema más interesante que presenta el escrito: la geopolítica sudamericana. La misma posee una larga tradición en la región, con orígenes en el militarismo nacionalista (el “socialismo militar” en Bolivia y Chile y el tenentismo en Brasil), aunque aquí se fija el ingreso de la disciplina hacia 1944 en Argentina, con la publicación del libro de Ricardo de Labougle, La República Argentina en el panorama geopolítico del mundo. Como signo distintivo, puede decirse que todos los países en los cuales la geopolítica se extendió en los años posteriores se retoma la idea estadounidense del “destino manifiesto”, es decir, la intención de una expansión territorial que fue característica de Estados Unidos desde el siglo XIX.

Centrado especialmente en Brasil, se presta atención a la obra de Golbery do Couto e Silva, quien se cree que ha sido “el verdadero poder detrás de los 17 largos años de administración militar” (Fornillo, 2016, p.129). Este autor entendía que el Estado era la nación organizada, es decir, un superorganismo que debían comandar los militares encarnando el “espíritu nacional”, el cual estaban obligados a expandir. Esto se liga con la búsqueda de status de gran potencia por parte de Brasil y con su proyección internacional. En Argentina, la visión fue similar a la brasilera pero con formulaciones más acotadas y vinculadas fundamentalmente a los trabajos de Enrique Guglialmelli.

Con el transcurso del tiempo, las modificaciones de la política estadounidense para la región trajeron aparejadas cambios en el pensamiento geopolítico. De la más amigable “Alianza para el Progreso” a las “Doctrinas de la Seguridad Nacional” y, finalmente, a la implementación del “Plan Cóndor” en la década de 1970, se profundizó la idea que ligaba al Estado a la necesidad expansionista, al tiempo que se sostuvo la necesidad de control frente a los “enemigos internos”. El texto da cuenta del proceso de institucionalización de la geopolítica durante estos años, a partir de la fundación de diversos institutos y revistas dedicados a la materia en varios países (Fornillo, 2016), al tiempo que se exponen algunas de las ideas geopolíticas más importantes de la época desarrolladas en Bolivia, Uruguay y, especialmente, por Pinochet en Chile aún antes de la instauración de su dictadura.

Los años ochenta marcaron un claro viraje en relación a la matriz estado-céntrica y militarista de la geopolítica, luego de la retirada de los militares del poder. Sin embargo, en Brasil ya existían ideas diferentes desde los setenta, plasmadas en los trabajos de Milton Santos y Armando Correa da Silva. Estos autores criticaban a la “geografía de Estado” practicada por los organismos militares y el gran capital tanto como a la “geografía oficial” publicitada por universidades y organismos de planificación estatal. La novedad posterior fue el planteo de una “geopolítica de la cooperación”, a partir del fin de las hipótesis de conflictos entre Argentina y Brasil, y de aportes multidisciplinarios para pensar las diversas formas de integración regional tanto “por arriba”, como “por abajo”, “por izquierda” y “por derecha”, lo cual se continuó durante la década de 1990.

El siglo XXI trajo una renovación fuerte a partir de la confluencia de dos vertientes: por un lado, aquella que volvía a poner a los recursos naturales y el territorio como el centro de la reflexión desde los “gobiernos progresistas” y, por otro lado, aquella que se vinculaba con las teorías contemporáneas: la ecología política, la economía política, la geografía crítica, la teoría del “sistema-mundo”, etc. Lo que se intentó fue buscar un papel activo en la integración regional a partir de una concepción geopolítica “antiimperialista e integracionista”, aunque con la persistencia del “desarrollo” como faro orientador. Con todo, hubo “terceras líneas” ligadas a una “geopolítica socioambiental” y al desarrollo de una “geografía crítica” que desecha la mirada estado-céntrica de la geopolítica “conservadora-nacional” clásica (Fornillo, 2016, p.148).

Entre todos estos elementos que retoma el capítulo para ensamblar la historia de la geopolítica local, una cuestión señalada que habría sido interesante profundizar, es el hecho de que esta disciplina no sólo fue un eje articulador del desarrollismo, sino que también la llamada teoría de la dependencia se nutrió de su influjo. En este sentido, habría sido pertinente retomar los conceptos incorporados por los autores clásicos de esta corriente de pensamiento (Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, etc.) para ejemplificar dicha influencia.

El libro se cierra con un epílogo que señala algunas de las principales tendencias del capitalismo desde sus orígenes, exacerbadas en la actualidad. Se recupera la idea del Premio Nobel de Química, Paul Crutzen, de que hoy se vive en la época del “antropoceno”, es decir, que la actividad humana se ha convertido en una nueva “fuerza geológica” que posibilita una inédita capacidad de controlar y destruir la naturaleza, al punto de poner en riesgo la propia vida humana. Las dificultades crecientes de obtener petróleo y el límite objetivo que la naturaleza impone a la sobreexplotación de sus recursos, más la creciente militarización de las zonas más abundantes, entre las cuales Sudamérica y África ocupan lugares centrales, lleva a pensar en recursos estratégicos que poseen una accesibilidad cada vez más restringida. Esta situación supone, desde un pensamiento alternativo, y en palabras de Gudynas (2011), la necesidad de idear más que “desarrollos alternativos”, “alternativas al desarrollo”.

La propuesta del litio como elemento central de un nuevo tipo de sociedad, en un escenario de “posdesarrollo” que valore las actividades humanas a partir de su aporte al bienestar general, más que a su “valor de cambio”, supone encarar procesos que lleven a la desmercantilización, desmaterialización y descentralización en el marco de una “ecologización de las relaciones sociales”. Entre los aportes más interesantes cabe subrayar un sólido fundamento para derrumbar la idea de que “hace falta crecer para distribuir”. Esto supone una crítica tanto a la “teoría del derrame” como a la tesis sostenida por los “gobiernos progresistas” que supone que sin la sobreexplotación de la naturaleza es imposible hacer reformas sociales que distribuyan la riqueza (Borón, 2014).

Referencias

Boron, A. (2014) América Latina en la geopolítica del imperio. Buenos Aires: Luxemburg.

Fornillo, B. (2016) Sudamérica Futuro: China global, transición energética y posdesarrollo. Buenos Aires: El Colectivo-CLACSO.

Gudynas, E. (2011) “Sentidos, opciones y ámbitos de las transición al posestractivismo” en Lang, M. y Mokrani, D. (comp.) Más allá del desarrollo. México: Fundación Rosa Luxemburgo.

IPCC (2015) Cambio climático 2014: Informe de síntesis. Ginebra: IPCC. Recuperado de https://www.ipcc.ch/pdf/assessment-report/ar5/syr/SYR_AR5_FINAL_full_es.pdf

Slipak, A. (2013) “Las relaciones entre China y América Latina en la discusión sobre el modelo de desarrollo de la región: hacia economías reprimarizadas” en Iberoamérica global, Vol 5, Nº 1, ISSN-e: 1565-9615. The Hebrew University of Jerusalem, Israel.

Svampa, M. (2016) Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo. Buenos Aires: Edhasa.

Reseña de Fornillo, B. (2016) Sudamérica Futuro: China global, transición energética y posdesarrollo

Esteban Ezequiel Vila


[1] Fecha de recepción: 27 de agosto de 2018. Fecha de aceptación:  11 de noviembre de 2018.

[2] Sociólogo (UNLP). Becario Doctoral CONICET con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.

[3] Concepto que refiere a la diversidad de los productos comerciados entre los países. Por ejemplo, Fornillo indica que el intercambio entre Sudamérica y China posee un perfil interindustrial, ya que el primero provee productos básicos y de escasa elaboración y recibe bienes de capital e inversiones (Fornillo, 2016).

[4] Sigla que refiere a la asociación económica que nuclea a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

[5] Propuesta de Tratado de Libre Comercio (TLC), aún en negociación, entre Estados Unidos y la Unión Europea, conocido por la sigla de su nombre en inglés, Transatlantic Trade and Investment Partnership. Entre sus propuestas, se destaca la baja drástica de los niveles de protección social y medioambiental.

[6] TLC firmado por varios países de la Cuenca del Pacífico, conocido por la sigla de su nombre en inglés, Trans-Pacific Partnership. Básicamente, el mismo supone una reducción de los aranceles para el comercio entre los países adherentes.

[7] En referencia al conocido acuerdo Área de Libre Comercio de las Américas, el cual abarcaba al conjunto de países americanos. El mismo fue firmado en la I Cumbre de las Américas celebrada en Miami en 1994, pero finalmente fue rechazado en la IV Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata en 2005.

[8] Aquí debe señalarse que según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático esta afirmación sería falsa, ya que los escenarios tendenciales más probables indican un aumento de 4 grados para el año 2100 en relación a los niveles preindustriales (IPCC, 2015).