Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos

N° 14 (junio-noviembre). Año 2022. ISSN: 2525-0841. Págs. 104-122

http://criticayresistencias.com.ar

Edita: Fundación El llano - Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL)

 

Producción comunitaria con la tierra: Una aproximación a las disputas, horizontes y reconfiguraciones territoriales de los trabajadores y trabajadoras de la tierra, en las Colonias Agrícolas de la UTT[1]

Community production with the land: An approach to the disputes, horizons and territorial reconfigurations of the workers of the land, in the Agricultural Colonies of the UTT

 

Franco Rossi Alva[2]

 

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-No hay restricciones adicionales 4.0 (CC BY-NC 4.0)

 

Resumen

El extractivismo como eje vertebrador de la matriz civilizatoria del capital no solo implica la degradación de los ecosistemas vitales, sino que  involucra los planos económicos, ecológicos y políticos ontológicos del ser humano. Sin embargo, en las formas de producción y reproducción de la vida en nuestras sociedades dependientes, coexiste una simultaneidad de experiencias sociales, que dan lugar a modos de existencia entreverados. Una constelación de prácticas y esfuerzos, de vínculos que amplían la existencia colectiva, orientadas a la producción simbólica y material común. Sin dejar de estar cercadas y permeadas por el capital, el colonialismo y el patriarcado, las tramas comunitarias y populares desde territorios auto gestionados generan riquezas más acá del capital. En el presente trabajo intentaremos conocer qué disputas, horizontes y reconfiguraciones territoriales comprende la propuesta de las Colonias Agrícolas de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra en Argentina, reparando en las estrategias de producción de alimentos y de la vida. A siete años de haberse inaugurado la primera en el partido de Jáuregui, nos interesa rastrear los alcances políticos productivos del proyecto, y registrar la creación de una nueva Colonia situada en la localidad de Castelli. En simultáneo, reflexionamos sobre el carácter multi escalar del modelo extractivista imperante, sobre las características principales de las tramas comunitarias afines al cuidado de la tierra y las personas, y analizamos la coexistencia de dichos paradigmas enfrentados.

Palabras Claves: Agroecología; Colonias Agrícolas; UTT; Luchas campesinas; Producción de lo común

 

Abstract

Extractivism as the backbone of the civilizing matrix of capital not only implies the degradation of vital ecosystems, but also involves the ontological economic, ecological and political planes of the human being. However, in the forms of production and reproduction of life in our dependent societies, a simultaneity of social experiences coexists, giving rise to mixed modes of existence. A constellation of practices and efforts, of links that expand the collective existence, oriented to the symbolic production and common material. Without ceasing to be surrounded and permeated by capital, colonialism and patriarchy, community and popular plots from self-managed territories generate wealth beyond capital. In the present work we try to know what disputes, conflicts and territorial reconfigurations comprise the proposal of the Agricultural Colonies of the Union of Workers and Workers of the Land in Argentina, paying attention to the strategies of production of life and the political forms that their members deploy. . Seven years after the first one was inaugurated in the district of Jáuregui, we are interested in tracing the productive political scope of the project, and recording the process of creating a new Colony, located in the town of Castelli, Buenos Aires, a province in which historically crops linked to agribusiness predominate.

Keywords: Agroecology; Agricultural Colonies; UTT; Peasant struggles; Production of the common

 

Introducción

En Argentina los mecanismos de despojo hacia los pueblos y la naturaleza toda se han ido actualizando al ritmo en que los tejidos sociales comunitarios y populares han puesto límites. El despliegue de fuerzas sociales en defensa de comunes como los bosques, humedales y prácticas de saberes se han yuxtapuesto con luchas por condiciones de trabajo digno, por la repartición de los resabios del sistema previsional y la orientación de las políticas sociales. En un país con más del 40% de su población subsumida en la pobreza también coexisten reclamos por el pago de la deuda externa, luchas por derechos reproductivos y por la soberanía de los cuerpos. Los nuevos cercamientos del capital, el patriarcado y el colonialismo han ido trazando fronteras móviles, flexibles, dispuestas a avanzar sobre ámbitos de existencia antes relegados. Lo cual presenta un nuevo reto para las capacidades de resistencia, creación y enunciación colectivas.

En ese contexto consideramos pertinente adentrarnos en experiencias que reúnen energías para habitar la tierra de un modo otro y producir vida en común. En el trabajo intentaremos conocer qué disputas, horizontes y reconfiguraciones territoriales comprende la propuesta de las Colonias Agrícolas de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra en Argentina, reparando en las estrategias de producción de alimentos y de la vida. A siete años de haberse inaugurado la primera en el partido de Jáuregui, nos interesa rastrear los alcances políticos productivos del proyecto, y registrar la creación de una nueva Colonia situada en la localidad de Castelli. En simultáneo, reflexionamos sobre el carácter multi escalar del modelo extractivista imperante, sobre las características principales de las tramas comunitarias afines al cuidado de la tierra y las personas, y analizamos la coexistencia de dichos paradigmas enfrentados.

El artículo actual corresponde a un trabajo iniciado en 2021 que continúa en proceso. En esta ocasión se presentan el problema, análisis bibliográficos, estudios empíricos, e interrogantes. No pretendemos responderlos de inmediato. Sin embargo, buscamos construir un cuerpo teórico y analítico que permita un acercamiento genuino al problema, y a través de ello alcanzar conclusiones provisorias. Se inicia contextualizando la temática con diversas literaturas, luego se presenta la problemática de les trabajadores de la tierra en Argentina, los conflictos y reconfiguraciones territoriales que comprende, y se introduce el caso de las Colonias Agrícolas y las características de la producción hortícola. A partir de lo descripto se reconocen paradigmas antagónicos de concebir la tierra y la vida, uno referido a las tramas comunitarias y otro vinculado al modelo agroindustrial dominante. Por último, retomando elementos planteados, a modo de cierre, se invita a la reflexión conjunta con nuevas preguntas.

El presente estudio de aproximación al caso y a la temática se apoya en fuentes primarias y secundarias: entrevistas semi estructuradas, relevamiento de archivos, documentos de la organización, artículos periodísticos e investigaciones. El despliegue argumentativo, por su parte, tiene como propósito construir un cuerpo descriptivo, reflexivo y anatómico al problema.  Lo cual requirió la conjugación de diversos estilos: expositivo, textual referencial y narrativo. En tal sentido, asumimos el desafío de desarrollar un método exploratorio, que alíe lo conceptual y lo narrativo. Coincidimos con Gómez- Muller (2021), en que el modo narrativo permite la inscripción y diálogo con saberes otros, muchas veces relegados por el formato racional conceptual predominante en ámbitos académicos. Con ese rumbo procuramos adecuarnos a los criterios que el formato implica, fomentando el dinamismo en la lectura. 

 

Enramada de pensares y perspectivas sobre lo común y la hegemonía extractivista neo liberal

Los nuevos cercamientos del capital, el patriarcado y el colonialismo vienen desarrollando características específicas en cada territorio, en cada tiempo y lugar. Sin embargo, no se dan de un modo aislado. El carácter sistémico deviene de tendencias previas, inmanentes al capitalismo. La escisión entre los medios de subsistencia y les productores “es lo que constituye el concepto del capital: se inaugura con la acumulación originaria, aparece luego como proceso constante en la acumulación y concentración del capital y se manifiesta aquí finalmente como centralización de capitales ya existentes” (Marx, K. 2012, cap. XXIV). Procesos de acumulación originaria, que hoy se imponen por medio de la globalización, a escala mundial. “Los ajustes estructurales, el desmantelamiento del estado de bienestar, la financiarización de la reproducción –que condujeron a la crisis de la deuda e hipotecaria– y la guerra han sido distintas estrategias necesarias para activar la nueva campaña de acumulación” (Federici, 2020, p. 43).

La riqueza material y simbólica común es perseguida y expropiada. Los medios de (re) producción, la tierra, la vivienda y el salario están en el centro de las disputas. Lo cual no sólo conlleva el despojo a las clases populares de su sustento diario, de sus territorios, sino que las instiga a convertirse en trabajadores precarizados, migrantes, sin protección social, personas dispuestas a vender su fuerza de trabajo por debajo de su valor. Ampliando así la mano de obra barata disponible en el mercado, y los ecosistemas disponibles para la extracción de ganancias. Realidades que en el sur del continente americano, con economías dependientes, sub yugadas al poder de corporaciones y organismos internacionales, se recrudecen, acotan la esperanza de vida al consumo inmediato.

En este nuevo siglo, la interconexión de los ámbitos de producción y de consumo es vertiginosa. Insumos y mercancías viajan de un sitio a otro del planeta, de una mano a otra, separando abismalmente a les productores de les consumidores. Desde hace cuatro décadas el neo liberalismo viene actualizando los engranajes de la división internacional del trabajo. Las escalas de producción son ubicadas en diversas latitudes del planeta, según las ventajas que presentan en términos jurídicos, impositivos y laborales. Así, cada enclave, absorbe las energías afectivas, psíquicas y prácticas de quienes trabajan, trastocando las formas de habitar y producir el mundo de esos pueblos y metabolismos vivos.

Esta realidad, en apariencia remota, se ha vuelto ineludible con la propagación de la Covid-19. Se puso en evidencia la interdependencia de las fuerzas vitales en los circuitos de valorización. Como así, los procesos de reproducción social llevados a cabo en los hogares, en las comunidades e instituciones. La definición por parte de los Estados a un conjunto de tareas de cuidado, en su mayoría feminizadas, como “actividades esenciales” evidenció la falta de reconocimiento social y salarial. En ese contexto, el capital a través de la gestión de la circulación y las actividades obligatorias pautadas desde los Estados, enfrentó su encrucijada constitutiva: preservar el sistema al mismo tiempo que a la fuerza de trabajo (Thwaites Rey, M. 2021).

Enriqueciendo esta enramada de reflexiones y anudamientos, resulta interesante recordar las ideas de Harvey respecto al predominio de la acumulación por desposesión. Expresión que alude “a la continuación y a la proliferación de prácticas de acumulación que Marx había considerado como «original›› o «primitiva» durante el ascenso del capitalismo” (Harvey, D. 2007, p. 165).  Estos procesos de mercantilización y expropiación, imponen la flexibilización del mercado laboral, la conversión de la naturaleza en mercancías y el extractivismo desmedido de los recursos naturales, entre otros despojos. Mecanismos que en América Latina se viven en carne propia.

En las últimas décadas el extractivismo clásico y el neo extractivismo (Lander, E. 2014) se han constituido como formas de explotación social y ambiental primordiales. Esto implicó un pacto con corporaciones monopólicas, profundizando la violencia hacia la naturaleza y los pueblos.  Los elevados precios en el mercado internacional de bienes primarios y las nuevas tecnologías disponibles, han acelerado las lógicas de acumulación por desposesión hacia nuevas zonas, provocando el despojo y desplazamiento de comunidades rurales. Devastación que los gobiernos progresistas no han incluido en sus balances, donde sí resaltan el crecimiento económico.

El extractivismo, como explica Machado Aráoz, es vertebrador de la matriz civilizatoria del capital en su fase imperialista. Es una dimensión socio metabólica del capital a escala global, es decir que comprende a la integridad de los ecosistemas de vida;  los planos económicos, ecológicos y políticos del ser humano en su relación con la naturaleza (Machado Aráoz, H. 2015) Lo cual conlleva la aceleración y profundización de la mercantilización de la naturaleza; la competencia geopolítica por la apropiación y el control de bienes; como así, la carrera científico-tecnológica por la creación de innovaciones destinadas a la extracción de recursos en condiciones extraordinarias. En consecuencia, la degradación de los tejidos de vida, ha configurado en los territorios periféricos, multiformes campos de disputas prácticas y simbólicas (Machado Aráoz y Merino Jorquera, 2015).

Ahora bien, para captar la magnitud de la catástrofe y sus alternativas resulta limitado pensar al neoliberalismo como una doctrina homogénea y exterior. Los procesos de acumulación por desposesión, el predominio del capital financiero, el extractivismo y la ofensiva contra las mujeres e identidades disidentes, actúan en los diferentes niveles y enredos de la vida social. Las violencias y múltiples despojos, no solo imponen condiciones de existencia sino que también permean y fomentan procesos de subjetivación y experiencia contradictorios. Por eso, consideramos necesario revisar las articulaciones e insinuaciones, lo dicho y lo silenciado en los lazos, los entredichos de las tramas sociales: los modos de vida que proliferan en las condiciones presentes.

 En ese camino, Verónica Gago nos invita a observar los diversos planos en los que opera la nueva fase de acumulación, la variedad de mecanismos y saberes que implica, los modos en que se combina de manera desigual con otros saberes y formas de hacer, como son las tácticas populares de resolución de la vida. El neoliberalismo además de una correlación de fuerzas global con predominio del capital financiero, comprende una dinámica inmanente, que se despliega al ras de los territorios, modulando subjetividades, afectos y horizontes. El neo liberalismo desde abajo opera más allá de la voluntad de un gobierno. Pauta condiciones sobre las que se despliegan modos de vida, redes de prácticas y saberes, que se reorganizan bajo las nociones de libertad, cálculo y obediencia; proyectando una nueva racionalidad y afectividad colectiva (Gago, 2014).

Para analizar dichas formaciones sociales abigarradas, de desarrollo desigual y combinado, la pluralización de prácticas bajo condiciones neo liberales, resulta valioso recordar que en los procesos de configuración hegemónica, el poder de dominio no solo es destrucción y despojo. Las subalternidades son reducidas, arrinconadas, y en muchos casos, fagocitadas por lógicas de poder. Pero también hay invención. Las clases dominantes a través de instituciones, órganos públicos, privados y religiosos, mediante medios de producción simbólica y anímica, haciendo uso de la big data y de la calle, modulan las sociabilidades posibles. Día a día emprenden la disputa para que los saberes, creencias y emociones de las personas, garanticen la obediencia y sumisión a una vida precarizada, movilizando sus deseos. Dando lugar a modos de vida sobre-alienados, acurrucados en el consumo y en una expectativa de felicidad centrada en el olvido.

Las formas antagónicas de vivir en este mundo no solo coexisten, también chispean en el cotidiano. La ley del valor se propaga y funda sociabilidades, constituye una fuente cardinal de la hegemonía neo liberal, pero no creemos que sea un magma totalizante. Las acciones colectivas condensan lógicas entreveradas de ser en este mundo.  Los modos de habitar están atravesados por la conflictividad de las relaciones antagónicas inherente al patrón de dominación racial, de género y clase, que impera en las sociedades latinoamericanas. Esos desencajes, acentúan sociabilidades otras. La conspiración inherente del capital, las arritmias populares que el poder no logra dominar, promueven posibles más acá de lo esperado.

Lo comunitario como forma de reproducción social antagónica al capital, como constelación de prácticas y esfuerzos, de generación y regeneración de vínculos que posibilitan y amplían la existencia colectiva, no se puede explicar por mera oposición a las dinámicas del capital (Gutiérrez Aguilar, 2019). Las capacidades de autonomía, autodeterminación y auto regulación orientadas a la producción simbólica y material común, condensan una forma de relación social heterogénea y multiforme. Las formas de reproducir la vida en común, no dejan de estar cercadas por mecanismos del capital, en muchos casos, subordinadas ciertas relaciones y riquezas generadas colectivamente. Sin embargo, dichos entramados de vida también impugnan mediaciones y lógicas dominantes. Por tanto, a la hora de conocer otros modos de habitar y transformar el mundo, resulta fundamental escuchar a quienes, para satisfacer una amplia variedad de necesidades, organizan la vida en común.

El entrelazamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales, las experiencias comunitarias y populares constituyen un terreno difuso de confrontaciones con el capital. Las luchas por la vida contienen rasgos residuales y emergentes (Williams, 2009). Coexisten experiencias, valores y relaciones vinculadas al pasado, que son vividas, practicadas y resignificadas en el presente; al mismo tiempo que el hacer común produce elementos novedosos. Se conjugan procesos de larga duración con elementos iniciáticos. Esos rasgos, híbridos de tiempos yuxtapuestos, en cierta medida tributan al poder dominante, y también constituyen fronteras que habilitan aconteceres emancipadores. Lo cual nos permite pensar que las prácticas y sentidos desarrollados en cooperación en pos de resolver asuntos comunes, producidos en entramados comunitarios, pueden sedimentar un poder otro, potencial de nueva hegemonía.

Dichos procesos organizativos nos recuerdan al socialismo práctico, descrito por Mariátegui. En las que identificó no solo una fuente viva del mito incaico, cual motor espiritual que podía reunir los núcleos comunitarios ancestrales e invitar a una ruptura total, sino también como prefiguración del futuro por venir. El socialismo como creación heroica sería la concreción de ese acto revolucionario, en la que se conjugarían luchas de temporalidades diversas, en un mismo devenir revolucionario. La reivindicación del tiempo comunitario campesino-indígena no era nostalgia, figuraba la posibilidad de recomponer y renovar un cuerpo polifónico de poder.

Esta interpretación no intenta fundamentar posiciones robinsoneanas. Sí se aleja de perspectivas que subsumen su comprensión a observar las contradicciones entre el desarrollo natural de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, suprimiendo del análisis las capacidades de generación y defensa de lo común de las clases populares. El devenir histórico, ecológico y social, no está pautado por leyes externas a los sujetos. Las experiencias de auto determinación, subordinación y asociación entre personas, entre éstas y la naturaleza, dan sentido a los conjuntos sociales. Es a través de la aproximación a dichas prácticas y re definiciones situadas, podremos apreciar las posibilidades de existencia desplegadas y en latencia.

En efecto, coincidimos con De Angelis (2019) en que los ritmos históricos de la lucha de clases hoy están expresados por el doble movimiento de cercamientos y producción de lo común. Y consideramos las falacias metodológicas que plantea. La primera, la falacia de la política, consiste en la idea de que una recomposición política podría generar un cambio radical en las relaciones sociales y en el sistema de reproducción social. Perdiéndose de vista que una revolución consiste en la producción real de otra forma de poder, y de una condición de existencia nueva, basada en relaciones sociales de producción sin opresiones. Por su parte, la falacia del sujeto se basa en la preposición de que la clase trabajadora es un cuerpo unificado, o bien a unificarse.

La falacia del modelo reside en la idea de que el Cambio Social ocurrirá cuando se sustituya el actual sistema por otro listo a aplicar. Esta concepción desestima que los procesos sociales no se aplican. Las transformaciones en las relaciones de producción y reproducción social se dan a lo largo de períodos largos, a través de procesos contradictorios, por flujos y reflujos de luchas sociales, derrotas y victorias, en los que las condiciones de existencia impuestas son disueltas, a la par que emergen otras. Estos procesos simultáneos no pueden pensarse como un momento acabado, un instante de toma de poder. De modo que es conveniente atender la temporalidad procesual y trenzada, en clave de época (De Angelis, 2019).

El poder generado por quienes producen lo común y logran autonomía frente al capital conlleva características singulares. Partimos de que éste no es sustancia ni objeto sino una forma específica de relación social. La autodeterminación del rumbo común, la capacidad de des-objetivarse, y asumir plenitud como sujetos, exige la desactivación de mediaciones y separaciones impuestas por el poder dominante. El reconocimiento mutuo en el hacer común, concierne transformaciones subjetivas. Las desigualdades que ponen en movimiento a las personas, también permiten la configuración de horizontes políticos. A través de la lucha, de la organización de la vida colectiva, pueden establecerse modos de producir relaciones y territorios prefigurativos. Allí, la fertilidad del poder comunitario.

En un plano siguiente, percibimos que “las formas en que lo común habita el espacio y el tiempo están dictadas primordialmente por las espacialidades y los ritmos heterogéneos y diversos de la reproducción de la vida humana y natural, y no por los espacio-tiempos homogéneos del capital” (Linsalata, 2019, p. 116). En efecto, las dimensiones escalares deben medirse con otro parámetro. Las tramas que producen comunes varían no solo en tamaño, sino en proporción y en su modo relacional. En éstas la expansión suele ser multi escalar, primando la auto conservación.  Por tanto, la contribución a la revolución social no debe buscarse únicamente en la capacidad de vincularse, coordinar y constituir un cuerpo común con otras tramas comunitarias populares, en pos de la disputa por el mando de la forma política general. Las luchas por un nuevo modo de producción y reproducción social condensan buena parte de su riqueza en las relaciones sociales y formas afirmativas de defender y producir la vida. En efecto, reconocemos una relación de interdependencia entre la ampliación e incremento de territorios y espacios de sociabilidad organizados a través del poder comunitario y popular, impugnadores del capital, su coordinación y estrategia; y las capacidades de conservación, resistencia y creatividad de cada territorio.

Con ánimos de seguir corazoneando estos problemas, re pensarlos desde las experiencias vivas, extendemos una pregunta que no abordaremos de lleno aquí pero sí nos guiará: asumiendo al Estado, su carácter ampliado, como campo de fuerzas sociales en disputa signado por la lucha de clases, considerando su rol en la configuración de la hegemonía, participe de la conformación productiva y reproductiva, a partir de los intereses específicos de las clases dominantes y subalternas ¿De qué modos las tramas comunitarias y populares pueden generar y promover formas de organización generales, fundantes de una nueva hegemonía, contra, desde y/o por fuera del Estado?

 

Territorialidades de las y los trabajadores de la tierra organizados en la UTT

Bajo la sombra de esta enramada de pensares, en búsqueda de reparo y aire fresco, nos adentraremos en la experiencia de trabajadores y trabajadoras de la tierra. Sabemos que las prácticas comunitarias surgidas en los movimientos, organizaciones y gremios en Argentina son fuente de múltiples modos de resolver y ampliar la vida. Estando presente o no entre las prioridades de las dirigencias, la proliferación de prácticas solidarias basadas en la reciprocidad, la cooperación, el cuidado de las personas y la biodiversidad, son polinizadoras de relaciones heterogéneas de re crear la vida. A través de luchas cotidianas muchas veces logran limitar la expansión del poder capitalista, colonial y patriarcal. Y en algunos casos revierten ciertos mecanismos de dominación, a la par que producen formas alternativas de (re) producir la vida.

En un país donde el eje agroexportador definió desde sus orígenes la matriz productiva, y así la distribución geográfica, ocupacional y vital de sus poblaciones, bajo la colonialidad del poder, observamos que en las últimas décadas la construcción de poder popular, comunitario y/o feminista ha ido erosionando ciertos resortes de dominación. Aquí intentaremos conocer qué disputas, conflictos y reconfiguraciones territoriales comprende la propuesta de Colonias Agrícolas de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra en Argentina, a partir del acercamiento a una de ellas.

En una lucha cuerpo a cuerpo con la oligarquía terrateniente, con los aparatos represivos y legales que resguardan sus intereses, las organizaciones campesinas disputan día a día la propiedad, el uso y la cosmovisión de los territorios rurales. Estas confrontaciones son por la orientación de asuntos públicos, por la democratización de la tierra, por un modelo productivo a disposición de las necesidades locales y no de las corporaciones. Luchas que en su despliegue afectan al patrón de acumulación colonial. Atañen a la médula del modelo imperante, a la fuente de enriquecimiento originaria y actual de las elites, y así de las ramas subsidiarias, perpetuadoras de la dependencia económica.

Estas luchas acontecen en múltiples territorios, en espacios sociales de acuerdos, conflictividad y disputas. Las relaciones sociales transforman el espacio en territorio, al mismo tiempo que el territorio incide en las relaciones sociales. De modo tal que los territorios se constituyen como espacios geográficos, y se configuran como espacios sociales y simbólicos en conflicto (Mançano Fernandes, 2005). La lucha de intereses por la apropiación simbólica material promueve un entramado complejo de territorialidades. En nuestro caso, asistimos al estudio de un movimiento socio territorial, un cuerpo social que actúa en diversas regiones formando una red de relaciones que fomenta su territorialización, y transita dos modos simultáneos de cambiar el mundo: la resistencia a los poderosos y la construcción de la casa nueva (Zibechi, 2017).

Al sur del sur global, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT), una organización de pequeños/as productores, nacida en 2010 en el cinturón hortícola del Gran La Plata, Buenos Aires, ha construido una trama organizativa gremial y política, de alcance federal, que hoy reúne a más de 21mil productores. Además de pelear por condiciones dignas de trabajo, exigen al Estado el reconocimiento de su función como abastecedores de alimentos. Pelean por la Ley de Acceso a la Tierra, que consiste en la entrega de créditos blandos para la compra de terrenos para vivir y producir. Luchan por generar redes de producción y comercialización justas. Entre los Almacenes de Ramos Generales, Almacenes de Campo, Mercados Agroecológicos, cuentan con más de diez espacios de venta directa de productor al consumidor.

En palabras de la UTT:

“Somos las familias trabajadoras de la tierra quienes cultivamos en el país el 70% de la yerba mate, más de la mitad de las hortalizas y cítricos y criamos más de la mitad de los pollos y los cerdos, casi la totalidad de los caprinos, más del 20% de las vacas, y que producimos 30% de la leche que consumen los/as argentinos/as, entre otros alimentos. Sin embargo, según los resultados del Censo Agropecuario 2018,3 en Argentina hay 31 mil unidades productivas de entre 0-5 hectáreas que ocupan una superficie de 74 mil hectáreas. En contraste, solo 2500 unidades de más de 10.000 hectáreas cada una controlan en conjunto más de 57 millones de hectáreas: representan el 1,08 % del total de las unidades productivas del país, pero tienen el 36,4 % de la tierra. Poca gente con muchísima tierra, ganancias extraordinarias que no generan empleo, en un país con hiperconcentración urbana, empobrecido y envenenado” (UTT, 2021).

En lo que refiere al proyecto político, pelean por la redistribución de la tierra, y promueven la agroecología como modo de vida. La propuesta que engloba dichas propuestas es la lucha por la Soberanía Alimentaria. Lo cual no solo implica la minimización de insumos tóxicos en los procesos de producción, sino que conlleva una expectativa integral.

“Soberanía alimentaria es empresas públicas y cooperativas de producción de alimentos, es colonias agroecológicas para el abastecimiento urbano, es acceso a la tierra, es tecnología propia, es comercio justo y directo entre productores y consumidores, es semillas libres de patentamiento, es protección de la biodiversidad, es alimento sano y seguro para todo el pueblo, es igualdad de género en la toma de decisiones productivas y comerciales” (UTT, 2021).

En Argentina, desde hace décadas se viene profundizando la implementación de un modelo económico excluyente basado en la extracción desmedida de recursos, la expoliación de territorios y el arrinconamiento de las poblaciones que lo ocupan (Garcia Guerreiro, Hadad, Wahren, 2018). En este contexto, esta organización de familias del “campo que alimenta y construye soberanía alimentaria”, no solo pretenden discutir en manos de quién está la tierra, sino que luchan por su recuperación. Trabajan el 13% de la tierra cultivable del país y abastecen al 60% de la población. Mientras la otra gran parte de los campos está en manos de corporaciones vinculadas al agronegocio. Entre sus estrategias para el crecimiento de la agricultura familiar, indígena y cooperativa, se encuentra el desarrollo de Colonias Agroecológicas de Abastecimiento.

En sus palabras:

“El modelo de maldesarrollo disputa claramente con nuestra manera de habitar los territorios sobre los que construimos vidas vivibles, con tierra propia, vivienda digna, construyendo soberanía alimentaria y con mayores niveles de igualdad en el marco de una reconstrucción del vínculo con la naturaleza que deje de antagonizar desarrollo con ecología. Proponemos una reconstrucción agro-ecológica de los territorios. Nos entendemos como parte de la naturaleza y rompemos con la división  falaz entre la naturaleza y nuestras sociedades. Así, ponemos el eje en el cuidado y es lo que venimos haciendo los movimientos del campo y de los barrios, pueblos originarios, con manos surcadas por las huellas del trabajo, sobre todo manos de mujeres que cuidamos la vida.” (UTT, 2021)

 

La experiencia de las Colonias Agroecológicas de la UTT. El caso de la Colonia ubicada en Jáuregui

La provincia de Buenos Aires es la más extensa y poblada de Argentina. La mayor parte de les 15 millones de habitantes se encuentran en el conurbano bonaerense. La provincia cuenta con una de las llanuras más fértiles del mundo, presenta ventajas comparativas codiciadas por el capital desde su arribo en la Conquista. En efecto, Buenos Aires es la principal provincia produc­tora de trigo, cebada, soja y girasol y la segunda de maíz de Argentina. En el noreste de dicha provincia, a 80 kilómetros de CABA, en el barrio de Loreto, en Jáuregui, un pueblo de 8705 habitantes, se encuentra La Colonia Agrícola “20 de Abril - Darío Santillán”. La primer Colonia Agrícola Integral de Abastecimiento Urbano. Obtenida por la UTT a partir de una estrategia de lucha que involucró la ocupación de tierras fiscales y negociaciones permanentes con diversos funcionarios.

De las 84 hectáreas que tiene el predio, 54 hectáreas son cultivables, en lo que resta hay una reserva de bosque. Hoy viven 50 familias. Cada familia se ocupa de producir una hectárea; cuida y trabaja su parcela, y realiza tareas junto a otras familias. Dicho territorio es un campo de experimentación política-productiva (Palmisano, 2019). La propuesta de las Colonias consiste en que un grupo de familias horticultoras configuren un proyecto de vida cotidiana, en un territorio común, donde puedan producir alimentos agroecológicos para la subsistencia, y destinen otra parte al abastecimiento de las poblaciones cercanas. Con el fin de abaratar costos y cooperativizar ciertas labores, comparten la maquinaria, los galpones de empaque, como así, trabajan conjuntamente la cosecha y los procesos de comercialización necesarios. A su vez, se aspira a que la circulación y el intercambio sea de forma directa, es decir con la menor cantidad de intermediarios entre productores y consumidores. Para ello, la UTT cuenta con Almacenes Agroecológicos en diversas localidades, como es el caso de Jáuregui, donde venden las verduras, mermeladas y conservas de la Colonia a vecinos.

Esta propuesta integral campesina resulta disruptiva en un contexto rural de creciente concentración de la tierra y predominio del agronegocio. Según el último Censo Nacional Agropecuario, el 1,08 de las fincas concentra el 36,4% de la tierra, es decir 57 millones de hectáreas. Mientras que los campos de producción agropecuaria inferiores a 100 hectáreas, las chacras, rondan el 54,6% del total, con sólo el 2,25% de la tierra. La concentración de la tierra es parte constitutiva del modelo de desarrollo agrario impulsado desde la década del noventa: el agronegocio basado en el monocultivo.  Dicho proceso expansivo, con la implementación de nuevas tecnologías, relegó a los pequeños productores, y fue provocando constantes migraciones a las ciudades (Pintos, 2020).

El distrito de Luján no estuvo exento de dichas lógicas. Una marcada concentración de la tierra y de la producción llevó a que entre 1988 y 2002 las unidades de explotación agropecuaria se redujeran 80%, siendo las unidades menores a 200 hectáreas el estrato más afectado. En consecuencia, la superficie agraria de Luján se redujo 41,97%. Solo el 32% de la superficie de la localidad tiene fines agropecuarios (Palmisano, 2019). Por eso, consideramos que la propuesta de las Colonias se ha convertido de hecho en una resistencia al modelo agropecuario imperante. Planteando otro modelo de desarrollo agrario para el distrito y para la Argentina. En la actualidad, es la mayor unidad hortícola agroecológica del conurbano bonaerense. (Goldschmidt, 2020).

Por su parte, la producción hortícola en Argentina es desarrollada mayormente por núcleos familiares en extensiones menores a 5 hectáreas, donde la forma de tenencia predominante es el arrendamiento. La producción se realiza a campo abierto o en invernadero. La concentración en este sector agrario se encuentra en los eslabones superiores de la cadena, es decir, en los intermediarios y en la comercialización. En tanto, la especulación de los arrendatarios respecto al valor de la renta recae sobre les productores. Dicha presión de pago, lleva a les trabajadores a realizar una intensificación en capital, vinculada con el uso de agroquímicos, exponiéndose a niveles elevados de toxicidad.

Fránz Ortega, productor de la Colonia de Jáuregui, decía: “Antes de venir acá laburabamos en La Plata, hace como quince años que plantábamos tomate en el mismo lugar, y ya no da tomate al siguiente año. Entonces ¿qué haciamos? Tirabamos bromuro. Entonces nosotros ese día nos teníamos que aislar todos, aislarse a 200 metros […] Acá se cuida al medio ambiente, se cuida a la tierra, se convive con lo que nosotros le decimos los bichitos que hay en el campo”.

Las Colonias promueve alternativas a varios de los perjuicios y amenazas que les productores hortícolas afrontan a diario. La tenencia de la tierra es común, el proceso de comercialización es abordado de forma colectiva, sin intermediarios, y la producción sigue los lineamientos de la agroecología. En ese sentido, se han relevado diversas técnicas: el cultivo intercalado y rotativo de especies, el uso de vegetación repelente en los bordes de las parcelas, la aplicación de bioinsumos caseros. Dentro de la Colonia de Jaúregui funciona una biofábrica donde producen colectivamente abono, fertilizantes y repelentes bajo las pautas de la agroecología. Dicho espacio es coordinado por el Consultorio Técnico Popular de la UTT, conformado por técnicos y campesinos integrantes de la organización.

“Nosotros cuidamos la tierra de distintas maneras. Acá nosotros aportamos materia orgánica, capturamos microorganismos del Bosque que le incorporamos al suelo. Y rotamos los cultivos para que se mantenga fértil al suelo. Donde fue remolacha de raíz va de hoja, donde fue de hoja va de fruto. Tenemos distinta variedad y aparte la verdura es fresca.” (Franz Ortega, productor).

Por último, es interesante destacar que en estos siete años de experiencia, en la Colonia de Jáuregui no sólo se ha avanzado en el empleo de técnicas agroecológicas y en nuevos mecanismos de intercambio, sino que en simultáneo se ha desarrollado un espacio de educación popular. Lo que comenzó siendo un taller de alfabetización para varios de les integrantes de la Colonia, concluyó siendo una Escuela Primaria Campesina. Y posteriormente, en 2019, se inauguró la Escuela Secundaria Campesina con orientación en agroecología. Hoy, ambas escuelas cuentan con la homologación del título por parte del Estado.

La Colonia ubicada en Castelli, por el contrario, es una de las más nuevas. En 2020 a través de un convenio con la intendencia local se consiguieron 22 hectáreas, donde nueve familias han comenzado a planificar sus viviendas y las tierras a cultivar.  Hasta la fecha la Colonia está en proceso de conformación. Se espera que a lo largo de 2022 familias que hoy residen en otras zonas de la provincia de Buenos Aires, se asienten en la nueva Colonia. Mientras tanto frecuentan el terreno, trabajan en su preparación, y realizan encuentros formativos. Allí no solo se producen acuerdos, pautas y forma de obligación hacia lo colectivo, como garantía del usufructo de la riqueza a compartir, sino que también se recupera la historia de lucha de les productores, que permitió llegar hasta aquí. Se construye un tejido simbólico sobre el pasado, el presente y el porvenir asociado. Significaciones colectivas que respaldan la experiencia y los aprendizajes del convivir.

 

Modos enfrentados de habitar la tierra

La agricultura industrial, intensiva y extensiva está provocando mayor emisión de gases de efecto invernadero, pérdida de material genético, problemas de desertificación, erosión hídrica y eólica, como así, la contaminación de ríos y napas. El consumismo exacerbado está comprometiendo el futuro de generaciones. Se estima que si la tendencia extractiva continua, en el 2050 América Latina sumaría 40% más de tierras al mercado mundial. Ese reservorio, hoy bosques y selvas, sería puesto bajo la órbita del valor. Así se desplazarían a más poblaciones indígenas y campesinas, y se empujaría a miles de especies animales a una reducción terminante. Estos avances sobre los ecosistemas, no sólo acaban con los nutrientes del suelo y las biodiversidades, sino que generan condiciones permanentes para la irrupción de pandemias y catástrofes eco sociales.

Estos procedimientos ejecutados por alianzas globales involucran a órganos estatales, a oligopolios de la industria de alimento, ONGS, y una plana de intelectuales verdes, que perciben a la naturaleza como objeto de conquista, a la vida orgánica como proveedora de recursos a ser mercantilizados. No ven que la vida humana depende del bienestar de la tierra, de la cual es parte. El terricidio ocasionado por los seres humanos, es decir la conjunción de los genocidios, ecocidios y epistemicidios, pone en peligro al mundo entero. Como afirma Moira Millán, integrante del Movimiento de Mujeres por el Buen Vivir, desde una perspectiva enraizada y complementaria a los procesos de acumulación por desposesión descritos, el asesinato de la tierra es más que la degradación de lo tangible, “cuando se asesina la tierra, se asesina también los lugares sagrados y con él, los idiomas, las formas de ceremoniar, las formas de hablarle a la naturaleza, se está asesinando una alternativa de vida en el mundo” (Baéz, 2021).

El paradigma de la tierra moderno, su objetualización y mercantilización, no solo incide sobre aspectos materiales, como los ciclos físicos y químicos generados entre sustancias, microorganismos y nutrientes, entre los suelos y los cuerpos, sino que también implica dimensiones simbólicas y espirituales de lo humano. El vínculo de las personas con la tierra, el trabajo, el nutrirse de ella, implica un intercambio de energías físicas, químicas, intelectuales y afectivas, propias de un plano ontológico político contrario al propuesto por los mercaderes coloniales, hoy figurado en las cadenas del agronegocio. En tal sentido, vincularse con el entorno humano y no-humano, atender y respetar los ciclos de la biodiversidad es también recuperar el tiempo propio y reinventar el tiempo por-venir (Villegas Guzmán, 2021).

“La avidez por sostener ritmos acelerados de “crecimiento económico” para sociedades hiperconcentradas en las ciudades, llevó a que el mismo sistema diagrame estrategias con la finalidad de extraer más y más y que, inútilmente, pretenden suplantar al complejo entramado de relaciones que la naturaleza necesita y genera. Su expresión en el sistema agroalimentario es el agronegocio… desplazando a la agricultura de la función sociocultural que le dio origen: producir alimentos sanos, trabajo y comunidad” (UTT, 2021).

El colonialismo impuso un patrón del saber en el que las personas separadas de sus medios de (re) producción no se sienten parte de los ciclos vitales de la naturaleza. Generando así las condiciones permanentes para su despojo. El metabolismo necrótico del capital moldea subjetividades incapaces de sentir los procesos de devastación que le conciernen. La depredación extractivista se ha convertido en el modo hegemónico de habitar el mundo. Este modo de (in) existencia además de padecer apatía ecológica, menosprecia los tejidos vitales de la sociedad. Pondera los roles meritocráticos y redituables por sobre las actividades humanas de cuidado y conservación. Prima el ser alguien, por sobre el mero estar. Así se organiza una vida de vidriera. No se siente el dolor del vecino, ni se concibe el daño del desmonte y del glifosato. Se degrada lo humano y se pierde la capacidad del saber. “No sabe el que quiere saber sino el que se atrevió a sentir el sufrimiento ajeno como propio”…“cada cuerpo insensible es el lugar que encierra un muerto en sus entrañas” (Rozitchner, 2012, p. 25).

Esa incapacidad de temblar de indignación cuando se comete una injusticia en el mundo, la erosión de los capilares sensitivos, la ausencia de reciprocidad, ese triunfo del colonialismo y el patriarcado, convive con otros modos de estar. Un ensamblaje que mixtura lógicas y racionalidades, conjunto de modos entreverados de hacer, pensar y trabajar, se articula en las estrategias por solventar el cotidiano de las clases subalternas. El hacer común de las tramas comunitarias y populares permite el acceso a bienes, medios, saberes que posibilitan la existencia de sus participantes, el desarrollo físico, emocional y cognoscitivo, a la vez que exige responsabilidades para-con les otres. El compartir no es solo recibir. Las prácticas de cooperación comprenden el diálogo, requieren de esfuerzos para intuir las particularidades, deseos y necesidades de las otras personas. Así se ponen en juego dispositivos de compromiso y compensación, permeados de sensibilidades.

Estos mecanismos de existencia comunitaria en territorios rurales, incluyen un vínculo especial y espacial con las otras formas vivas. En producciones orientadas por el paradigma agroecológico, la decisión de qué cultivar, la correspondencia con las estaciones y climas del año, el diseño de las chacras, el vínculo entre quienes producen y quienes comen, a contramano de los postulados del agronegocio, se ajustan a los tiempos de la naturaleza. Quienes trabajan la tierra tienen la posibilidad de reapropiarse de las condiciones de producción de alimentos, y así del hacer humano en sincronía con su medio. Allí un plano político vital:

“Encontramos en los alimentos y en la posibilidad de obtenerlos desde una relación ecológica, dinámica y recíproca con el ecosistema la vitalidad para revertir una matriz de dominación que se asienta sobre la base de lo más elemental para producir y reproducir nuestras vidas. Para ello contamos con una hoja de ruta construida por más de 100 organizaciones que convergieron en el Foro por un Programa Agrario Soberano y Popular, sobre la base de tres principios: soberanía alimentaria; tierra como territorio y hábitat; y la construcción de un modelo productivo no extractivista” (UTT, 2021).

En estas circunstancias resulta oportuno atender el desclasamiento epistémico propuesto por Escobar (2016), e incorporar al análisis el cuestionamiento al desarrollo y la modernidad. Y de ese modo, acercarnos a un pensamiento de la tierra. Dando lugar a que otras formas de pensar, luchar y existir, antagónicas a la episteme moderna colonial, asuman relevancia.

Podemos decir, sin anacronismo alguno, que las cosmogonías de muchas culturas del mundo son el pensamiento primigenio de la Tierra. Es el pensamiento cosmocéntrico de los tejidos y entramados que conforman la vida, aquel que sabe, porque siente, que todo en el universo está vivo, que la conciencia no es prerrogativa de los humanos sino una propiedad distribuida en todo el espectro de la vida (Escobar, 2016, p. 7).

Estas luchas territoriales que interrumpen el proyecto globalizador de corporaciones trasnacionales, asumen un carácter ontológico. Ciertos modos de vida campesina e indígenas configuran cuestionamientos y búsquedas que desafían los esquemas de pensamiento hegemónicos, como a la dimensión socio metabólica extractivista. A la par, promueven relaciones justas, solidarias y de reciprocidad entre las personas y la naturaleza. Ante el desguace epistémico y material, resulta oportuno poner atención a los procesos de re comunalización de la vida y la re localización de las economías y la producción de los alimentos como ejes para la práctica teórico-política.

En la experiencia de las Colonias Agrícolas, junto a los procesos de reapropiación de los medios de subsistencia, se llevan a cabo formas de lo común a través de los que se reproducen las vidas y las capacidades de saber con la tierra. El sustantivo colectivo se conforma en parte a través del compartir experiencia, en el reconocimiento e intercambio, no libre de conflictos. Zulma Molloja, referenta de la UTT, integrante de la Colonia de Castelli, que aprendió a trabajar la tierra de las manos de su abuelo en Bolivia, hace referencia a las formaciones políticas que llevan adelante para fomentar el camino de la agroecología entre productores:

"No queremos que la tierra se envenene, ni que se envenene nadie. Estamos haciendo una formación de seis meses, le decimos que traigan una cebolla, un ají y le decimos cómo se hace para curar la plantación, y no solo la plantación sino su cuerpo. Estamos cansados de envenenarnos con tanta pastilla, de ir a la farmacia, comprar de Bayer Monsanto. Acabamos de explicar eso a los compañeros. Antes nuestros abuelos nos curaban con perejil, té de manzanilla. También le decimos que pongan en esas parcelas biocorredores. Que tengamos que tener todas esas cosas, nuestros yuyos, para curarse. Nuestro cuerpo es también, no solamente nuestra tierra".

Mientras las farmacéuticas se enriquecen a cuesta de las enfermedades que producen, la experiencia de Zulma y de les trabajadores de la tierra, sedimenta otro paradigma. El bienestar de los cuerpos-territorios es comprendido en interdependencia entre los seres vivos que coexisten. La lucha va más allá de la apropiación común de la riqueza material expropiada, también se libra la disputa por el modo en que se trabaja y se sana, en vínculo empático con la tierra y con los alimentos. Se enredan saberes de ancestría con otros vinculados a la experiencia presente. Intercambio de conocimientos que dan sus frutos, fomentan un modo de estar y producir en concordancia, uniendo con el corazón lo que el capital una y otra vez pretende separar y mercantilizar.

En este recorrido, observamos que son las mujeres, aquellas cercadas y expropiadas desde los inicios del capitalismo, las que resisten en los diversos ámbitos de trabajo, doméstico, de cuidados, de (re) producción de la vida, las reestructuraciones del capital. En la agricultura de subsistencia son ellas quienes libran la lucha principal contra el uso no capitalista de la tierra. Son millones las que se organizan y garantizan los medios de supervivencia de poblaciones enteras en África, Asia y América Latina. Esto ocurre en el contexto de una nueva escalada privatizadora de la tierra, impulsada por el Banco Mundial. A la par, la episteme colonial moderna refuerza al sector campesino, indígena, feminizado como una otredad amenazante. Se pone en tensión el sentido práctico y vivencial de los cuerpos y de la tierra: ¿Hábitats o territorios de saqueo? En ese enredo, las mujeres son protagonistas de luchas diarias contra las compañías agroalimentarias, por suelos, bosques y ríos libres. En simultáneo generan redes de refugio y autonomía ante las violencias patriarcales. De este modo, contribuyen a la creación de un modo de vida no competitivo basado en la solidaridad, sustento de nuevos modelos de sociedades (Federici, 2013).

Rosalía Pellegrini, referenta de la secretaria de género de la UTT, expresaba lo siguiente:

“Nosotras empezamos trabajando el eje de violencia pero después empezamos a trabajar otras cuestiones. Nos fuimos dando cuenta de que la violencia doméstica es producto también de un sistema económico, que la agricultura aplica la misma violencia que se ejerce sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos. La agricultura del agronegocio, la agricultura basada en los agrotóxicos, ejerce esa misma violencia sobre la naturaleza y empezamos a identificarlo en el sistema de producción de alimentos, desde lo más cotidiano y lo más llano… Nos dimos cuenta cómo las mujeres fuimos excluidas de muchas de esas decisiones de producción”

 

A modo de cierre. Entre metástasis y polinizaciones

En este trabajo pudimos arrimarnos a la producción de prácticas, visiones y sentidos de les trabajadores de la tierra, quienes configuran horizontes comunes en territorios de experimentación, como son las Colonias Agroecológicas de la UTT. Dimos cuenta de los procesos de expoliación y cercamientos a los que el capitalismo nos ha condenado desde sus orígenes. La acumulación originaria, proceso inherente al desarrollo del capital, en América Latina está provocando la degradación de los tejidos de vida, es una amenaza permanente para las condiciones de existencia de las poblaciones. En los territorios rurales de Argentina, específicamente en la provincia de Buenos Aires, la concentración de la tierra, su explotación intensificada y extensiva, bajo las leyes del agronegocio, ha configurado territorios multiformes, donde las disputas prácticas y simbólicas están a la orden del día.

El neoliberalismo, la fase de acumulación actual capitalista, comprende una dinámica inmanente de despojos, a la par que modula subjetividades y afectos. El extractivismo como eje vertebral de la matriz civilizatoria del capital en su fase imperialista, no solo implica la degradación acelerada de los ecosistemas, sino que involucra los planos económicos, ecológicos y políticos ontológicos del ser humano. Sin embargo, en las formas de producción y reproducción de la vida en nuestras sociedades dependientes, abigarradas, coexiste una simultaneidad de experiencias sociales subalternas y de dominio, que dan lugar a modos de existencia entreverados. Procesos de memoria larga, vinculadas a la resistencia de las comunidades indígenas y campesinas, luchas por derechos sociales y laborales del SXX, se entrelazan con acontecimientos del último tiempo.

Una constelación de prácticas y esfuerzos, de vínculos que amplían la existencia colectiva, orientadas a la producción simbólica y material común para la (re) producción de la vida se corporizan en los territorios estudiados. Sin dejar de estar cercadas y permeadas por el capital, el colonialismo y el patriarcado, dichas tramas comunitarias y populares, con relativa auto determinación generan y valorizan riquezas más acá del capital.  Aún con la complejidad, con los elementos en despliegue y en latencia existentes en la producción de comunes, orientados por los ritmos históricos de la lucha de clases, con-mueve la riqueza y potencialidad de las experiencias de les trabajadores de la tierra. Esas experiencias a pesar de desarrollarse en circunstancias y espacialidades limitadas confirman que es posible otra forma de habitar el mundo. Son fuerza viva y contradictoria, un movimiento de fronteras en el multi escalar terreno de la lucha de clases, corporizan energías subalternas de resistencia y creación.

En una primera aproximación de registro pudimos notar que en cada palabra se entremezclan diversas latitudes. Se articulan prácticas de sentidos heterogéneos y ambiguos, donde comercio y autonomía no son opuestos. Lo comunitario y lo estatal conviven en tensión. Las formas de resolver las necesidades inmediatas y la planificación, revelan un caudal de estrategias para producir alimento sano y vida digna. Una mixtura de lenguajes y prácticas permean las nociones de lo posible. La cooperación y la ayuda mutua aparecen como modos “a mano” pero no como los únicos. En la práctica, la compra y la venta de productos, las negociaciones con funcionarios y propietarios, la competencia, coexisten con los trabajos compartidos, con el acuerpamiento cotidiano para “salir adelante”.

En dicho camino, observamos que la distribución de la tierra en Argentina, los niveles escalares de la propiedad, las condiciones que los/as pequeños/as productores tienen son tenebrosas. Percibimos que el proyecto de Colonias es una propuesta multidimensional: consuma la re apropiación de tierra, el abastecimiento de poblaciones con alimentos sanos, el fomento de la agroecología, la configuración de territorios soberanos, donde se produce alimento desde una relación ecológica y dinámica con el ecosistema. A partir de una variedad de necesidades, trabajadores organizan la vida en común. Se asocian y generan compromisos en pos de vivir bien. La lucha no es solo por la defensa de la vida, también es por su sentido.

“Solidaridad con los trabajadores, con los campesinos, con los consumidores, con el pueblo, el medio ambiente, cuidar el suelo, es organizarse con todos en todo sentido” (Fránz Ortega, productor).

Ante la forma impuesta del saber, desarraigada de los medios de (re) producción, notamos que les trabajadores de la tierra de las Colonias luchan día a día por un modo de habitar el mundo en “solidaridad”. Mientras el modelo nacrótico del capital moldea subjetividades y sensibilidades apáticas a la devastación de los ecosistemas, los cuerpo-territorios presentes producen alimentos sanos, en espacios libres de ciertas modalidades de explotación. En simultáneo, el alimento comienza a ser una preocupación de amplios sectores sociales. No sólo el acceso al mismo sino la procedencia y valor nutricional irrumpe en la intimidad de la mesa familiar, de comedores y chacras. Por tanto, pareciera ser un momento fértil para develar en sociedad el modelo de muerte que implica el agronegocio, anudamiento del sub desarrollo capitalista, e invitar a su transformación desde las prácticas cotidianas y protagónicas.

Los senderos andados, la raigambre de pulsos y voces ocultas, nos despertaron múltiples reflexiones y preguntas. La construcción de un poder otro desde las tramas comunitarias, los intentos de de-cosificar los cuerpos y la naturaleza, la producción de múltiples saberes y prácticas contra las violencias depredadoras, sus luchas enraizadas en la vida cotidiana, posibles nutrientes de nueva hegemonía, nos renuevan inquietudes.

¿El extractivismo, el despojo y mercantilización de la biodiversidad, puede cesar, aunque sigamos percibiendo a la naturaleza como objeto de consumo? ¿De qué modos es posible intensificar y ampliar las redes de cooperación social por sobre las de competencia, en base al eje producción / alimentación / abastecimiento? ¿Qué mecanismos públicos, comunitarios y populares son necesarios para que las mayorías decidamos qué y cómo producir alimentos en Argentina? ¿Qué alianzas sociales hacen falta para que dichos procesos democratizantes sean efectivos?

 En un tiempo donde los múltiples despojos nos han sumergido en una crisis civilizatoria metabólica sin precedente, donde la sobre explotación de los cuerpos y territorios, la competencia y el egoísmo hacen metástasis, la polinización de quienes luchan en defensa de la vida y por su sentido, nos invita a seguir pensando, sintiendo con los pies en el suelo y el corazón en la tierra, horizontes de vida sin explotación.

 

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[1] Fecha de recepción: 28/04/2022. Fecha de aceptación: 14/06/2022.

Identificador persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/dkt8hzlal

[2] Universidad de Buenos Aires

Argentina

https://orcid.org/0000-0003-2638-5810

francotemporal516@gmail.com