Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos

N° 14 (junio-noviembre). Año 2022. ISSN: 2525-0841. Págs. 167-182

http://criticayresistencias.com.ar

Edita: Fundación El llano - Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL)

 

Por una política de la intensificación: lecturas micropolíticas del quehacer en psicología comunitaria[1]

For a politics of the intensification: micropolitical readings of the everyday tasks in community psychology

 

Amancio Sánchez[2]

Valentina Reca Quirinali[3]

 

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-No hay restricciones adicionales 4.0 (CC BY-NC 4.0)

 

Resumen

La siguiente reflexión es el resultado del análisis llevado a cabo en dos Trabajos Integradores Finales, los cuales consistieron en la sistematización de una práctica realizada durante el año 2020 en el Consejo de Jóvenes de Empalme de la ciudad de Córdoba. El objetivo del presente artículo es realizar una lectura micropolítica del quehacer en psicología comunitaria desde la dimensión de la intensificación. Para este objetivo, seguiremos la pista de nuestro rol como facilitadores, destacando las vicisitudes presentes en el acompañamiento de un espacio de participación juvenil y la potencia del juego. ¿Cómo pensar el quehacer en psicología comunitaria como un quehacer micropolítico? ¿Cómo forjar un quehacer capaz de afectarse de -y percibir- las fuerzas silvestres que circulan en las comunidades? ¿Qué puede aportar el análisis la intensificación al campo de la psicología comunitaria? ¿Desde qué posiciones, con qué gestos y estrategias, bajo qué condiciones, se despliega el trabajo micropolítico en los espacios de la vida en común?

Palabras claves: intensificación; micropolíticas; psicología comunitaria; quehacer.

 

Abstract

The following reflection is the result of the analysis carried out in two Final integrative works, which consisted in the systematization of a practice performed in 2020 at the Consejo de Jóvenes de Empalme (Youth Council of Empalme) in Córdoba city. The aim of this article is to conduct a micropolitical reading of the everyday tasks in community psychology from the dimension of the intensification. For this purpose, we will track our role as “facilitators”, highlighting the vicissitudes present in the accompaniment of a space for youth participation and the power of the game. How to think everyday tasks in community psychology as political tasks? How to forge a task capable of being affected by - and perceiving - the wild forces that are present in the communities? What can the analysis of the intensification contribute to the field of community psychology? From which positions, with what gestures and strategies, under what conditions, does the micropolitical work display in the spaces of communal life?

Keywords: intensification; micropolitics; community psychology; everyday tasks.

 

Introducción y consideraciones preliminares

Contextualización del artículo

Para la obtención del título de grado en la Licenciatura en Psicología de la Universidad Católica de Córdoba está previsto la elaboración de un TIF que se realiza a partir de la sistematización de una experiencia práctica supervisada en alguno de los contextos de ejercicio profesional de psicólogas y psicólogos. El contexto de nuestros TIF fue el Social Comunitario y la experiencia sistematizada consistió en un trabajo colectivo llevado a cabo en el Consejo de Jóvenes del CPC Empalme (en adelante CJE), desde mayo a noviembre del año 2020.

El CJE es un espacio de participación política juvenil que se encuentra integrado por jóvenes, adultas facilitadoras[4] y estudiantes de diferentes disciplinas. El espacio fue creado en el año 2012 y tiene su antecedente en los Consejos Comunitarios de Niñez y Adolescencia (en adelante CCNA) originados en 2011 bajo la ordenanza municipal n°11.618. Esta última establece la creación de un CCNA para cada uno de los Centros de Participación Comunal (en adelante CPC) de la ciudad de Córdoba.

El CJE está integrado por niñas/os y jóvenes de 9 a 18 años y normalmente se reúne el último sábado de cada mes con la participación de unas 60 jóvenes aproximadamente. Como reflejo del sentido de pertenencia de las jóvenes respecto al CJE, y con el objetivo de descentralizar los encuentros generales, en el camino transitado se creó el “Consejito”. Este último está integrado por entre siete y ocho delegadas de las distintas agrupaciones juveniles que integran el CJE (Baudino, Lescano y Machinandiarena, 2014). Debido a la situación pandémica a nivel global y a la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19, el CJE, se vio obligado a transformar sus modalidades de trabajo y readaptarlas a la virtualidad. En este sentido, las reuniones mensuales no tuvieron lugar y se trabajó en conjunto entre adultas facilitadoras, estudiantes y delegadas del Consejito, a través de encuentros virtuales. Los encuentros entre adultas facilitadores y estudiantes se realizaron los días miércoles desde finales de mayo a finales de noviembre y los encuentros entre jóvenes del Consejito y estudiantes se fueron creando y sosteniendo a lo largo de la práctica.

La metodología del presente artículo se basa en los cuadernos de campo. En ellos se plasma todo lo que generan las acciones, el encuentro y la estadía en la comunidad (Muro, 2019). Estos no solo se basan en las notas de campo en sus variadas formas, sino que comprende a las fotografías, grabaciones, material audiovisual, etc. y constituyen insumos claves para el análisis y desarrollo de la investigación (Ameigeiras, 2007), ya que permiten reconstruir lo observado a partir de concepciones posteriores que presentan mayor elaboración en comparación al momento inicial (Rockwell, 2009). La elaboración y recolección de cada uno de los registros, nos permitió dejar constancia de lo vivenciado a nivel personal, así como también recuperando las sensaciones y subjetividad de las personas con quien nos vinculamos. A lo largo de nuestra experiencia, los registros fueron muy variables, los mismos se caracterizaron por ser notas de campos, audios de WhatsApp, videos, fotografías, grabaciones de videollamadas, chats y registros elaborados posteriormente.

La relectura de las notas y registros elaborados a lo largo del año 2020, nos permitió comenzar a codificar toda aquella información que teníamos disponible. La selección de códigos se basó en elegir diferentes categorías en los que se posibilitaba agrupar situaciones y comentarios dentro de ellos. Algunos de los códigos elegidos fueron: “territorialidades”, “espacio”, “encuentros con jóvenes”, “virtualidad”, “juegos”, “rol”, “quehacer”, entre otras.

A partir de la organización de la información disponible por medio de los registros, fue posible comenzar a establecer las bases del análisis desarrollado en el presente trabajo.

La siguiente reflexión es el resultado de los análisis llevados a cabo en nuestros TIF y el objetivo que nos proponemos es realizar una lectura micropolítica del quehacer en psicología comunitaria desde la dimensión política de la “intensificación”. Para este objetivo, seguiremos la pista de nuestro rol como “facilitadoras, destacando las vicisitudes presentes en el acompañamiento de un espacio de participación juvenil y la potencia del juego. Antes de presentar las reflexiones, de modo introductorio, consideramos necesario especificar el posicionamiento teórico desde el cual escribimos. Dicho posicionamiento está fundamentado en la perspectiva de las micropolíticas.

 

Micropolíticas

Consideramos que un ejercicio fundamental para comprender de qué hablamos cuando hablamos de micropolítica, consiste en evitar pensarla como aquello que se opone a la macropolítica. Como sostienen Rolnik y Guattari (2006), en las dinámicas de las fuerzas de resistencia y creación lo macro y lo micro se vuelven indisociables. No solo que la afirmación de movimientos moleculares no basta para luchar contra la miseria, sino que “un movimiento molecular no podría sobrevivir durante mucho tiempo sin establecer una política en relación con las fuerzas existentes, con los problemas económicos, con los medios de comunicación, etc” (Guattari, 2006, p.165). En todo caso lo que trae la noción de micropolítica es una forma alternativa de resistencia que se sitúa ya no al nivel de la representación y la afirmación de una clase, sino al nivel de la presentación y de la producción de subjetividad.

Para Rolnik (2018), las luchas macro y micro son absolutamente importantes y, si bien las dos se dan en el ámbito de las relaciones de poder, ocurren en distintas esferas, involucrando distintas metas, distintos modos de operación y cooperación, y distintos agentes de insurrección. En la esfera macropolítica, la meta es la distribución más igualitaria de derechos civiles y en esa meta las posiciones identitarias son las que unen a los agentes en la lucha. A su vez, el modo de cooperación parte de un programa predefinido, dando lugar a un movimiento organizado, programático, dialéctico que funciona por oposición. La lucha micropolítica, por su parte, no es una lucha por oposición. En la esfera de lo micro, se trata de “deshacer nuestro personaje en la escena de las relaciones de poder, por medio de un trabajo de creación de otro personaje, o más bien de otros personajes, un proceso en el cual a medida que va tomando cuerpo otro personaje se deshace el personaje anterior y la escena misma no tiene como mantenerse” (párr. 14).

El rasgo distintivo de la micropolítica es su contingencia y su impredecibilidad. Por su propia naturaleza, no puede estar predeterminada y de ahí radica la necesidad de recrearla a cada paso, con cada agenciamiento, y nunca desde cero.

Pensando en claves micropolíticas, Diego Sztulwark (2019) propone el término “plebeyo”, entendido como

un magma que opera como reverso democrático de la política, como apropiación de la crisis, como potencial cognitivo que permitiría releer lo político, actualizar el concepto de lo político, comprender que no es aceptable una política totalmente servil al mandato del capital. Lo digo así: lo plebeyo es la vida que no se deduce de la axiomática capitalista. (párr.14).

En su libro La ofensiva sensible, Sztulwark (2020) se refiere a lo plebeyo como “una alternativa del realismo barrial, como estrategia de fuga: moverse, zafar, indagar opciones, agitar” (p.139).

Dicho esto, postulamos que lo fundamental y lo propio de la micropolítica radica, no tanto en su oposición a la macropolítica, sino en los modos de producción de subjetividad. La micropolítica se relaciona con la fuerza vital de aquello que acontece en la política del deseo y en la relación con otros. Tiene que ver con lo que toma cuerpo no solo en el discurso sino en los gestos y las actitudes, con aquello que moviliza la voluntad y el coraje de expresar.

 

Intensificación

En una entrevista realizada a Peter Pál Pelbart (2009), luego de que éste exprese un rechazo a la idea de validar un devenir en función de sus resultados -si la revolución triunfó o no triunfó-, el Colectivos Situaciones le preguntó cuál es el criterio de ese devenir. El filósofo sostuvo lo siguiente: “No sé. Al menos percibirlos, hallarse con ellos, podría ser (…) ¿Cuál sería la función del libro o de un taller? Tal vez sea un acontecimiento que produce otros acontecimientos. Armar un plano en el que las cosas puedan ganar en consistencia es algo muy fuerte” (p.18)

En lugar de establecer indicadores para evaluar la medida del éxito o fracaso del CJE durante el año de pandemia, nos preguntamos por las relaciones intensivas que se efectuaron en la vida comunitaria. Nos preguntamos por aquellos afectos, diría Spinoza, que incrementaron y disminuyeron nuestra potencia de existir. ¿Cómo fue que el espacio ganó y perdió en consistencia? ¿con qué gestos, sobre qué relaciones, en qué situaciones, el espacio ganó y perdió potencia? Siguiendo la pista de la facilitación intentaremos decir algo sobre estos interrogantes en lo que sigue.

 

Pensando el rol de la facilitadora…

Con la conformación del CJE en el año 2012, distintas adultas agrupadas en el Consejo Comunitario de Niñez y Adolescencia del CPC Empalme apostaron por tomar un rol de facilitadoras:

El trabajo continuado de este Consejo, las reflexiones anudadas a las intervenciones, los propósitos de hacer y de recrear la intervención con jóvenes, nos llevó a interpelarnos acerca de la posibilidad de conformar un Consejo de Jóvenes, donde los adultos tomásemos un rol de facilitadores y los/as jóvenes comenzaran a posicionarse en un rol de ciudadanos activos en la construcción de las políticas públicas destinadas a estos/as sujetos. (Baudino et al., 2014, p.4)

El objetivo como facilitadoras consiste en sostener condiciones que promuevan encuentros de participación juvenil. Dichos encuentros son planificados y coordinados por jóvenes en compañía de estudiantes. Por otro lado, como facilitadoras, también se busca favorecer canales de diálogo con el estado municipal para que la participación tenga, de ser posible, alguna incidencia en las políticas públicas.

En lo que sigue reflexionaremos sobre el rol de la facilitadora desde dos dimensiones, a saber: a. “Ser acompañantes: del rol “minimalista” al abrazo con lo silvestre.”; b. “La potencia del juego: fundar e instaurar”. Por último, cerraremos el artículo abriendo un interrogante respecto a la legitimidad de una facilitadora.

a.                   Ser acompañantes: del rol “minimalista” al abrazo con lo silvestre

Podemos decir que nuestra participación como equipo de practicantes tuvo tres tiempos, el primero, al inicio de la experiencia, donde comenzábamos a familiarizarnos con la institución y sus integrantes, dentro del cual caracterizamos nuestro actuar como pasivo ya que ocupábamos un lugar de mera escucha y observación de las características y funcionamiento del CJE. Un segundo momento, donde a través de las incomodidades que nos generaban las personas adultas debido a nuestra observación no participante, comenzamos a adoptar un lugar de participación activa, pero con roles preestablecidos y rigidizados. Por último, un tercer tiempo donde comenzamos a posicionarnos de manera horizontal dando lugar a la genuinidad de los jóvenes y las fuerzas que provenían de ellas, lo que nos permitía planificar y elaborar actividades con el grupo de jóvenes. Puntualmente nos abocaremos a los últimos dos tiempos planteados. Asimismo, consideramos importante destacar que estos momentos no fueron lineales, sino que devinieron y se superpusieron a lo largo de toda la experiencia.

Como mencionábamos anteriormente, el inicio de nuestra experiencia se vio teñido por el aferramiento a una posición de observadoras pasivas frente a las diferentes situaciones que acontecían en el CJE y como la puja por parte de las adultas facilitadoras se hacía cada vez más visible para que como practicantes tomáramos un rol activo, propositivo y de esta forma dar lugar a una nueva forma de estar en y con el CJE.

Al inicio adoptamos de manera forzosa roles estáticos, rígidos y preestablecidos por los adultos. No obstante, este segundo momento de roles preestablecidos y de posturas que las adultas decían que debíamos tener, fueron necesarias ya que gracias a este posicionamiento estructurado y directivo –aunque nos fuese incómodo- generó movimientos en el grupo de jóvenes, quizás no los que esperábamos, debido a que se presentaron resistencias ante las actividades propuestas y frente a la virtualidad.

La primera actividad elaborada con las compañeras de psicología para ingresar al “campo” fue la creación de un video de presentación, para que las jóvenes pudieran conocer un poco de nosotras, ya que como decíamos, el proceso de familiarización planteado por Montero (2006), se basa no solo en que las agentes externas conozcan a la comunidad, sino que este proceso sea mutuo. El video consistía en el armado de una ronda de mates, donde cada estudiante aportaba su parte en la elaboración del mismo. Mientras el mate circulaba entre nosotras, una voz en off iba comentando quiénes éramos, cuál era el motivo por el que estábamos allí y cuánto tiempo aproximado nos quedaríamos. El video finalizaba pasándoles el mate a ellas y proponiéndoles que se presenten de la manera que prefirieran. Una vez enviado el video, insistimos a través de un mensaje de WhatsApp: “¡Esperamos su respuesta, pero de la forma que ustedes quieran! ¡Dejen volar la imaginación!” (Cuaderno de campo, 12/06/2020).

Esta modalidad que elegimos para presentarnos al grupo de jóvenes permitía, de forma simbólica y tomando a Garcés (2020), comprender a los cuerpos como una continuación, más allá de la dualidad unión/separación y que esta continuación es la base para una concepción -genuina- de nosotras, la cual se afianza en la alianza y la solidaridad de los cuerpos singulares. Es por esto que el video nos posibilitó -en cierto punto- acercarnos al grupo de jóvenes, generar calidez y hacer de este espacio virtual, un espacio de confianza, donde, tal como lo plantea el colectivo de Juguetes Perdidos (2014), ellos pudieran tener momentos de tranquilidad en medio de un contexto movedizo y precario como fue el 2020.

En el momento previo a la elaboración del video, tuvimos en cuenta los diferentes aspectos que se hacían presentes en la virtualidad y que nos habían sido comentados por el grupo de facilitadoras y que mencionamos anteriormente, como lo eran las limitaciones materiales (celulares, conectividad, condiciones de los equipos tecnológicos, espacios físicos donde desarrollar sus videollamadas) y aquellas que iban más allá de lo material, como las ganas por parte del grupo juvenil por crear o compartir un encuentro en plataformas audiovisuales con personas desconocidas. Esta situación se nos presentaba como una dificultad, ya que para la construcción de aquel material debíamos considerar numerosos detalles para poder llegar al grupo de jóvenes.

Luego de enviar el video de presentación, los mensajes a través del grupo de WhatsApp del Consejito llovieron. Pocos estuvieron relacionados a nuestra presentación, ya que comenzaron a dialogar sobre el encuentro que se realizaría el día siguiente y de forma presencial. Los mensajes en aquel momento fueron demasiados y se enviaban en un mismo tiempo, lo que nos permitía ver el interés de cada joven en reencontrarse y compartir un mismo espacio físico, material, dejando de lado aquellas cosas que podían “hacerse esperar” y suspenderse para luego recuperarse más adelante o cuando realmente tuvieran ganas de hacerlo.

Frente al rol adultocéntrico y distante adoptado por el equipo de practicantes, el cual se basaba en generar actividades y esperar respuestas -una dinámica estática- las jóvenes expresaron sus límites a través de diferentes gestos y comentarios. Esto se puede observar en el momento en que les pedimos al grupo de jóvenes que se presentasen de la forma que ellas prefirieran, aprovechando el encuentro presencial para que lo elaboraran en conjunto, ya que como equipo de practicantes no podíamos asistir debido a las restricciones establecidas a nivel provincial. Como respuesta a esto, un joven grabó un video donde otro integrante aparecía sentado con una guitarra criolla, manifestando: “Eh loco, ¿qué se piensan que somos nosotros, Art Attack[5] ?” (Cuaderno de campo, 13/06/2021).

Esta expresión por parte del joven, nos permite pensar diferentes aristas en relación a la construcción del vínculo practicantes-jóvenes del Consejito, la primera de ellas fue la necesidad por parte de las jóvenes de establecer una diferencia entre nosotras (personas externas) y ellas, lo que al mismo tiempo nos delimitaba que lo que nosotras pedíamos que hicieran -desde una posición adulta-, ellas no lo iban a hacer ya que no eran sus costumbres y porque simplemente no tenían ganas de realizarlo. Además, nos daban a entender que eran ellas quienes establecían los tiempos y las modalidades de las actividades a realizar. No iban a responder de forma directa y nos lo hicieron saber en diferentes oportunidades, como, por ejemplo, luego de habernos enviado el video donde se presentaban, uno de ellos nos aclaró: “Que la producción del video que ellos hicieron fue para colaborar con nosotros, pero que no les “pinta” mucho eso” (Cuaderno de campo, 24/06/2020). Esta fue una de las maneras en las que las jóvenes comenzaban a dibujar sus posiciones y las nuestras dentro de su espacio, de su comunidad, dejándonos en claro que tienen presentes cuales son nuestras intenciones para con ellas y que no iban a ser nuestros objetos de estudio, sino que son sujetos, sintientes y con sus propios deseos.

Por otro lado, esta expresión del joven “que se piensan que somos Art Attack” deja entrever la resistencia de su parte a la actuación y a realizar un video con animaciones, ya que lo consideran como una actividad infantil. Esta negación por parte del grupo de jóvenes a editar videos y a grabarse ya había sido manifestada a través de gestos previo a nuestro ingreso, cuando la adulta facilitadora proponía que se realizaran videos de Tik Tok pero no había respuesta por parte de ellos. Además, otro de los momentos en los que se puede percibir esta resistencia a la edición y elaboración de videos fue cuando ellos grabaron su video de presentación. Frente a este y durante una de las reuniones de los días miércoles, la adulta facilitadora que estuvo presente en el momento que se llevó a cabo la grabación, expresó: “Esperaba que Jh[6]. le pusiera más flores [al video]” (Cuaderno de campo, 24/06/2020).

Esta última frase, también nos permite visualizar cómo el imperativo categórico del “deber ser” recae sobre cada actora, desde lo que las adultas facilitadoras pretenden de las practicantes y jóvenes, así como también lo que las practicantes esperábamos del grupo de jóvenes y, lo que las jóvenes pretendían de las practicantes y facilitadoras.

Esta lógica del “deber ser” derramada sobre cada actora se puede advertir en diferentes momentos, uno de ellos fue cuando las practicantes de psicología le preguntamos a las adultas facilitadoras que cosas les llamaba la atención a las jóvenes, con el interés de recibir ayuda y poder elaborar actividades más pertinentes. Como respuesta a esto un adulto facilitador nos expresa: “eso nos lo podrían decir ustedes” (Cuaderno de campo, 10/06/2020), esta respuesta nos posicionó en un lugar, estableciendo al mismo tiempo nuestros roles, aquello que debíamos hacer como estudiantes de psicología. Esto también se puede visualizar en otro momento de nuestra práctica, cuando volvíamos a adoptar una posición de rol, de presentadoras de actividades y temáticas para debatir, y una de las jóvenes se revela contra la dinámica, callando a uno de nuestros compañeros y expresando que no tenían ganas de realizar las actividades que habíamos traído las estudiantes “Am. dijo de empezar con la actividad y M. dijo: “tengo fiaca[7] Am.” (con tono imperativo y callándolo) […] Am insiste en que hagamos la devolución... pero cada vez que intenta hablar todos lo tapaban y seguían hablando de comida” (Cuaderno de campo, 14/11/2020).

Luego de insistir por un periodo de tiempo para desarrollar la actividad que teníamos planificada, otra de las jóvenes presente en la videollamada termina cediendo para que realicemos la actividad. En ese mismo momento, la joven que no quería realizarla acaba desconectándose del encuentro.

A partir de esta situación y otras -tantas- más, podemos entender cómo los mismos jóvenes eran quienes delimitaban los tiempos y lugares dentro de los encuentros. Estas formas de expresión por parte de los jóvenes se infiltraban en los rígidos roles que adoptamos las practicantes, dejándonos descolocadas en diferentes situaciones, como por ejemplo cuando en una de las reuniones de los días sábados, intentábamos como equipo de practicantes comentar un proyecto que la Municipalidad había propuesto, una joven se encontraba levantando la mano para hablar en la reunión, por lo que se la incentivó a que hablara pensando que su comentario iba a estar relacionado con el tema que se estaba compartiendo, pero terminó por preguntar “¿ustedes ya están en Córdoba?” (Cuaderno de campo, 07/11/2020). Esa pregunta nos dejó a todo el equipo de practicantes descolocadas, sin saber muy bien que decir, por lo que al mismo tiempo comenzó a generarse un revuelo entre las jóvenes que se encontraban presentes en la videollamada.

Podemos entender estas resistencias por parte de las jóvenes a realizar las actividades propuestas por el equipo de practicantes o sacarnos del tema, como un intento de rajar de aquello que las quiere aquietar o “mantenerlas en el molde” como dice el Colectivo Juguetes Perdidos (2014). Ya tenían demasiado encierro como para que como practicantes encasilláramos aún más su actuar, sus formas de expresión. Las jóvenes son constante movimiento, raje y para pensarlas es imposible detenerlas.

Esta proposición de actividades y el establecimiento de temáticas -violentas, si se quiere- para debatir fue apenas el inicio del movimiento en Consejito. Fue el primer contacto con el grupo de jóvenes.

Reconocemos como punto de inflexión el pasaje de identificarnos y adoptar un rol “minimalista”, es decir, rígido, estructurado y focalizado unidireccionalmente, a elaborar un quehacer, posicionándonos desde la horizontalidad, despojándonos de jerarquías y de moralidades, a generar tratos de igual a igual y a liberarnos de los prejuicios, aprendiendo, como nos dice el Colectivo Juguetes Perdidos (2016), a escuchar los “susurros” de las fuerzas silvestres. Pero, ¿a qué nos referimos por lo “silvestre”? A todo aquello amoral, incodificable, rapaz, difuso, festivo. Y con esto nos debíamos -o queríamos- aliar, con estas fuerzas, con aquello que late, para poder amplificarlo, traducirlo y contrarrestar al gorrudismo, al control (a aquel rol adoptado inicialmente). Tomando las palabras de Lapoujade (2018), podemos decir que, a partir de este cambio de posiciones, los momentos y encuentros con el grupo de jóvenes comenzaron a tener fuerza y luz propia, no se presentaba la necesidad de que una fuente exterior, como el momento donde los practicantes adoptamos el rol de expertos, determine verdades.

Este pasaje del rol a un quehacer no fue planteado explícitamente con el equipo de practicantes, sino que fue un desplazamiento dado a través del conocimiento y reconocimiento mutuo entre nosotras y las jóvenes, al mismo tiempo que descubríamos un nuevo espacio desde donde instaurar un momento de encuentro que alojara a las participaciones juveniles. Este quehacer comenzó a elaborarse a través del recuerdo de momentos compartidos, la sencillez de la pregunta “¿Cómo están?” y el juego. En numerosas oportunidades estas intervenciones eran consideradas triviales e insignificantes por las personas adultas y en ocasiones nos alejaban de la posibilidad de construir alianzas con las fuerzas silvestres (Colectivo Juguetes Perdidos, 2014). Al mismo tiempo, el cambio en nuestra forma de estar y hacer como practicantes, nos posibilitó relajarnos y salirnos de la obligación de “hacer porque si”. Cambiar nuestra perspectiva en relación a lo que “debíamos ser”, nos dio flexibilidad para vincularnos con las jóvenes, para que esa forma de relacionarse fuera genuina y los tratos se dieran horizontalmente.

Pero fue a partir de estos tres ejes, (los recuerdos de momentos, las preguntas relacionadas a lo anímico y el juego) que se logró propiciar un espacio de confianza, disfrute, escucha, acompañamiento y contención frente al contexto sanitario adverso que nos atravesaba. Además, el momento donde dejamos de asumir el papel directivo, estático y rígido de planificar actividades para las jóvenes y pasamos a jugar con las jóvenes, fue lo que facilitó la apertura a la genuinidad de ellas. Aliarnos con las jóvenes nos posibilitó comenzar a percibir la necesidad, el deseo y la significancia del juego para cada una. Esto se puede ver en una de las conversaciones de WhatsApp, donde uno de ellos envía un mensaje al grupo del Consejito: My: ¿Hacen juegos no? -V: Siiii -My: Entonces yo voy a estar si o si 😂 -V: Vamoooo (Cuaderno de campo, 30/07/2020).

La horizontalidad en el trato nos permitió reconocer y abrirnos a las diversas formas de participación de cada joven, las cuales se daban a través de fotografías enviadas por el grupo de WhatsApp, las canciones de rap creadas por uno de los jóvenes, las “covers” realizadas por una de las integrantes y por las ausencias participativas, también como una forma de decirnos algo. Al mismo tiempo, nos permitió salirnos de lo que somos y de lo que creíamos ser, incorporándonos en un espacio que no controlábamos del todo.

Esta forma de estar en el espacio terminó por ser de suma importancia ya que nos posibilitó el reconocimiento del otro como real, lo que al mismo tiempo y tomando a Garcés (2020), nos deslizó hacia ser puestos en un compromiso, el cual nos arranca de lo que somos y de lo que creíamos ser incorporándonos en un espacio que no controlamos totalmente, que nos desestabiliza y nos lleva a inventar respuestas, que nos transforma. Es por esto que la simple pregunta “¿Cómo están?” no se presentaba sola, sino iba acompañada de nuestra implicancia por el espacio y el momento de encuentro, del intento por conocer a las jóvenes, como transitaban la pandemia, cuál era la situación barrial, es decir, conocer sus singularidades y complejidades.

Es importante mencionar que este proceso no fue lineal y homogéneo, estuvo conformado por tensiones que lo caracterizamos como un proceso “espiralado” ya que en diversos momentos de la experiencia volvíamos a caer en la adopción de ese rol más distante y jerárquico. En muchas oportunidades, las practicantes de trabajo social tenían otra mirada del juego como intervención, tomándolo como un actuar infantil y sin sentido e insistían en la indagación de temáticas para que el grupo de jóvenes trabajara, ya que suponíamos que eso hacía el CJE previo a la pandemia: “la próxima hagamos actividades no lúdicas para que no se desdibuje nuestro rol” (Cuaderno de campo, 01/08/2020).

Otro de los motivos por los que volvíamos a posicionarnos con un rol más distante o verticalista, donde delegábamos actividades y la flexibilidad de nuestra parte era escasa, fue debido a la fluctuación de afectividades por las que transitábamos como equipo de practicantes. Esta variabilidad de afectos y ganas dependía del momento del grupo en general y de cada una desde su individualidad, de las circunstancias atípicas que caracterizaron al 2020 y con esto, a la participación del grupo de jóvenes. Eso se traslucía a través de reuniones que realizábamos con el equipo de practicantes, donde por momentos, algunas aparecían en sus camas o con cámaras apagadas. También, los ánimos bajos por el agotamiento y la desilusión por la forma en que se estaban desarrollando nuestras prácticas pre-profesionales se dejaban entrever por medio de diferentes expresiones, algunas más explícitas, como cuando una de las practicantes expresó que le diéramos el día libre debido a que “no teníamos cosas para hacer” (Cuaderno de campo, 9/10/2020). Y otras, implícitas, las cuales se traducían en la búsqueda meticulosa de un momento para encontrarnos entre las practicantes de Psicología y Trabajo Social, ya que la disponibilidad para reunirse entre estudiantes había que coordinarla con varios días de anticipación. Esto nos lleva a pensar sobre la modalidad en que se desarrolló nuestra experiencia a través de la virtualidad, lo que nos generaba desánimo y limitaba nuestro actuar.

Comenzar a observar y sentir la experiencia desde una posición diferente a como lo hacíamos desde el inicio, fue un momento de inflexión sumamente necesario, porque nos ayudó a construir otras formas de vincularnos con las juventudes y también nos abrió el camino para ver todo lo realizado hasta el momento, comenzar a percibir las potencias que se desplegaban, no solo de los cuerpos presentes, sino también la potencia del grupo, del encuentro y de las personas que aún seguían conectadas al Consejito sin su participación activa. Este cambio de percepción se dio de manera simultánea con el pasaje del rol a nuestro quehacer, lo que nos llevó a construir un quehacer como psicólogas comunitarias, y salirnos de aquellos roles fríos y minimalistas en los cuales nos habíamos adentrado producto de nuestra angustia por aquella práctica “que no estaba pudiendo ser de la forma que imaginábamos”.

 

b.                   La potencia del juego: fundar e instaurar

Para analizar el rol de facilitadoras como verbo, partiremos de una inquietud manifestada en el espacio de supervisión de prácticas:

Durante el segundo encuentro semanal entre estudiantes y adultas facilitadoras del CJE se analizaron las posibilidades de un encuentro presencial previamente demandado por jóvenes del Consejito. En un primer momento, la mayoría de las adultas presentes parecían no rechazar de entrada la posibilidad de llevar a cabo el encuentro a pesar de la realidad sanitaria provincial y nacional. Al día siguiente, en la sexta supervisión de prácticas, algunas estudiantes expresamos algunas inquietudes respecto al vínculo generacional entre adultas facilitadores y jóvenes. Para ser más preciso, algunas estudiantes teníamos la sensación de que “había cierto corrimiento del lugar de adulto en algunos facilitadores” (Cuaderno de campo, 28/05/2020).

Nos preguntamos: ¿qué implicaba aquello que era expresado como un corrimiento del lugar de adulto?

En varias ocasiones, las estudiantes nos encontramos con que los procesos que promovíamos eran posibles en la medida que nos posicionábamos en el lugar de adultos como fuente de legitimación, de saber y de verdad. Recuerdo, en este sentido, la expresión de una joven en la evaluación final: “Yo no mandaba. Yo decía lo que decían ustedes” (Cuaderno de campo, 14/11/2020). Se me hace presente también una situación experimentada durante el primer encuentro por videollamada que tuvimos con las jóvenes. En dicho encuentro, las estudiantes nos habíamos propuesto identificar los temas que a ellas les interesaría trabajar en el año. Así, el tema del maltrato animal apareció con fuerza en las jóvenes presentes y, a la vez, una de ellas mencionó con menor fuerza, trabajar sobre los “efectos psicológicos de la pandemia” (Cuaderno de campo, 02/07/2020). Luego de terminar el encuentro, entre estudiantes -la mayoría provenientes del campo de la psicología- nos quedamos pensando sobre el último tema, dejando a un lado el maltrato animal. Al poco tiempo comenzamos a evaluar la posibilidad de un encuentro con profesionales de la salud mental y, dos días después, sabiendo que algunas jóvenes se encontrarían, les preguntamos si estaban de acuerdo con avanzar sobre la posibilidad de este encuentro. Con un audio de voz, dos de los jóvenes sostuvieron con firmeza que “el tema sobre el que querían hablar era maltrato animal y no efectos psicológicos en pandemia” (Cuaderno de campo, 04/07/2020). A modo de chiste, uno de ellos dijo que “ya era demasiado con seis psicólogos” (Cuaderno de campo, 04/07/2020). Lo que esta respuesta nos indicaba era que algo de nuestro posicionamiento en el rol estaba debilitando la participación de las jóvenes y haciendo inoperantes las intervenciones. Nos indicaba que era necesario repensar nuestro rol como facilitadoras desde otras posiciones, con otros gestos.

David Lapoujade (2018) establece una diferencia conceptual que nos puede ser de utilidad. La distinción que establece el autor es entre el fundar y el instaurar, en tanto “no tratamos con el mismo gesto” (p.72). Para el filósofo francés “el fundamento preexiste en derecho al acto que no obstante lo sitúa; es exterior o superior a aquello que él funda mientras que la instauración es inmanente a lo que instaura” (p.73). De esta forma, si en el fundar se trata de “reconducir todos los seres hacia una fuente preexistente, dadora de verdad o de inteligibilidad, tal como el sol es fuente de luz (p.72); en la instauración “las existencias ya no reciben la luz de una fuente exterior, sino que la producen en el curso del proceso anafórico que trazan, entre oscuras profundidades y lúcidas cumbres” (p.73). “Fundar es hacer preexistir, mientras que instaurar es hacer existir, pero hacer existir de una cierta manera, cada vez (re)inventada” (p.73).

Tomando la dimensión lúdica, intentaremos, en lo que sigue, analizar cómo se produjeron en lo concreto de la práctica los posicionamientos respecto al rol de facilitadoras, teniendo presente para ello las diferencias experimentadas entre los gestos de fundar y los de instaurar.

Desde el momento en que propusimos a las jóvenes tener un encuentro semanal, una de ellas expresó que “tendría que ser algo divertido, tipo juegos” (Cuaderno de campo, 19/06/2020). Otro joven, un día antes de la tercera videollamada, preguntó en el grupo si habría juegos y, luego de que respondiéramos por la afirmativa, sostuvo “entonces yo voy a estar si o si” (Cuaderno de campo, registro nª39, 30/07/2020). Recuerdo también la videollamada del día de la primavera, en la cual uno de los jóvenes terminó “riéndose y pidiendo que sigamos haciendo vueltas de juego” (Cuaderno de campo, 21/09/2020).  A su vez, al trabajar sobre la cuestión ambiental en los barrios, los juegos aparecieron como portadores de un valor especial para los jóvenes: “En las plazas la gente rompe los juegos, se los robaron” (Cuaderno de campo, 24/10/2020); “No saben valorar los juegos. Queda solo el tobogán” (Cuaderno de campo, 07/11/2020).

Si nos situamos en el contexto general en el que se insertó la práctica llevada a cabo, podríamos comprender el valor que contenía la dimensión lúdica para las jóvenes. Al estar restringidas muchas de las actividades recreativas y los espacios de socialización -no así las tareas escolares y el trabajo-, era frecuente para las jóvenes estar “hartas de estar aburridas” (Cuaderno de campo, 17/06/2020), o encontrarse “súper cansado (…) con el trabajo y las tareas” (Cuaderno de campo, 29/10/2020). A su vez, si particularizamos la mirada sobre la realidad cotidiana de los sectores populares, nos encontramos con que las restricciones sanitarias generales vienen acompañadas de condiciones desiguales de vida. El Colectivo Juguetes Perdidos (2017) nos habla de aquellas vidas que son vividas bajo una precariedad totalitaria: “La precariedad es totalitaria cuando es el suelo de todo lo que se arma para vivir (relaciones, redes, amores, trabajos, consumo), cuando toma y actúa sobre la totalidad de la vida. Cuando no es posible pararse sobre otra superficie que estructure, y lo que queda entonces es la contingencia del día a día” (p.18).

Pensamos, por ejemplo, en la realidad de uno de los jóvenes que, a pesar de expresar su deseo por “querer volver a entrar al grupo y pasar por lo menos estos tiempos” (Cuaderno de campo, 24/08/2020), quedó por fuera del espacio de encuentro virtual del CJE durante todo el año. Se trataba de un joven que “de vez en cuando se conecta con el celu de otro” (Cuaderno de campo, 26/08/2020), ya que no contaba con celular propio en un año de virtualidad. Un joven “no escolarizado” (Cuaderno de campo, 24/06/2020), con celiaquía y sin “recursos como para soportar una dieta de celiaquía” (Cuaderno de campo, 24/06/2020). Un joven que, según adultos facilitadores, “por ahí aparece, por ahí desaparece” (Cuaderno de campo, 26/08/2020), que “aparece una vez y no vuelve” (Cuaderno de campo, 26/08/2020). Pienso en la precariedad totalitaria y recuerdo también aquel acontecimiento que nos dejó sin palabras a todos los estudiantes durante el inicio de la decimotercera videollamada. Allí, uno de los jóvenes expresó:

“Estuve toda la semana en reposo (…) me pegaron dos tiros el sábado y estoy con dolor en el brazo (…) fue un quilombo familiar (…) Se metieron unos vecinos de mi abuela. Uno de los vecinos le quiere pegar a mi mama y yo lo arrebató antes. Él me pegó un ladrillazo en la espalda y busco cuchillos. Yo fui el único herido”. (Cuaderno de campo, 10/10/2020).

Siguiendo el mapeo que Juguetes Perdidos (2017) realiza entorno a la precariedad totalitaria, sostenemos que lo que el joven expresaba, mientras nosotros quedábamos mudos, era el terror anímico: aquel “que permanentemente te recuerda que te podes fragilizar, que se puede desarmar tu mundo, que se puede pudrir tu barrio, tu casa” (p.18). En dicho mapeo, Juguetes Perdidos también sitúa el engorramiento como “un particular hacerse cargo del desborde” (p.17). “Un hacerse cargo que en realidad es un segundo acto, ya que el primer movimiento es leer como “inseguridad”, riesgo o peligro, el escenario o la secuencia de desborde” (p.17). El engorramiento, como lo expresó uno de los jóvenes, se produce cuando “no están las cámaras, pero están los vecinos (…) están vigilantes” (Cuaderno de campo, 01/07/2020).

En el marco de esta cotidianeidad de cuerpos aburridos, cansados, aterrados, vigilados, de cuerpos muchas veces reducidos en sus potencias por una precariedad sistemática, los juegos durante los encuentros por videollamadas intentaron hacer del CJE un lugar de disfrute. Siguiendo a Deleuze (2019) en medio de Spinoza, decimos que, a través del juego, se hizo presente la alegría: aquel “afecto que corresponde a un aumento de mi potencia” (p.244). De la mano de lo lúdico, quizás sin ser conscientes de ello, nos reposicionamos en nuestro rol, poniendo en juego gestos que nos daban consistencia y nos intensificaban: gestos de instauración. Jugando, dejamos por un momento de lado la impotencia de quien permanece inmóvil en el lugar de adulto sin hacer más que fundar o, como veremos a continuación, pastorear el rebaño.

A pesar de que la dimensión lúdica no parecía ser objeto de discusión para las jóvenes, sí lo fue para las practicantes. En algunos encuentros de planificación junto a estudiantes de trabajo social apareció con fuerza la idea de “hacer actividades no lúdicas para que no se desdibuje nuestro rol” (Cuaderno de campo, 14/08/2020). Se mencionó la necesidad de “salir del juego y volver a trabajar temáticas para que empiecen a producir ellos y que los encuentros tengan un hilo” (Cuaderno de campo, 14/08/2020); para que “todas las producciones se conjuguen y queden en algo concreto” (Cuaderno de campo, 14/08/2020).

¿A qué responde esta idea de que jugar nos desdibuja en nuestro rol, esta idea de seguir un hilo para llegar a algo concreto? ¿por qué deberíamos perder ese aumento de potencia que significaba el juego, con tal de aferrarnos a vaya a saber qué dibujo del rol? Consideramos que aquí estaba comenzando a producirse un nuevo reposicionamiento en el rol de facilitadoras. De aquella posición que jugaba en el quehacer y se fortalecía con la potencia de los gestos que ahí se componían, volvíamos a la rigidez del rol, a las temáticas, a lo concreto, a lo prescripto.

Retomamos la cuestión de los gestos, esta vez con Marie Bardet pensando en medio de André Haudricourt (2019). En una relación de semejanza con el gesto de fundar, la filósofa nos habla del gesto del pastor como “aquello que establece un modo de gobernar la vida- el pastor sabe mejor que la oveja qué pasto le hace falta- tiene claro lo que para el rebaño es confuso” (p.101). Para Bardet, “allí radica un gesto fundacional de la política occidental: hablar en lugar de otrx, saber mejor que lxs gobernadxs la imagen de su vida” (p.101). Lo interesante de este pequeño ensayo titulado El cultivo de los gestos, es que el pastor aparece no como figura u objeto, sino a partir de aquellas relaciones que lo hacen existir en cada gesto. El ensayo nos invita a pensar el cuerpo “como serie de gestos, como relaciones, gestos como materiales e inmateriales, gestos humanos, pero no solamente, de la biosfera toda” (p.108). Gestos, dice Bardet, “con los que estamos haciendo, pensando, construyendo” (pp. 110-111). A partir de lo que introduce la autora, podemos decir que el rol de la facilitadora no es de una vez y para siempre, sino que se cultiva con cada gesto y nunca desde cero. El rol es más verbo que sustantivo. El rol es más quehacer que rol.

Hemos hablado hasta aquí de posicionamientos y reposicionamientos que hacen del rol de la facilitadora un verbo. Identificamos en lo concreto de la práctica, al menos dos posicionamientos en el rol. Por un lado, un posicionamiento rígido y aferrado a un dibujo del rol que da lugar a aquello que Lapoujade llama gesto de fundar y Bardet gesto del pastor.  Por otro lado, un posicionamiento que es en sí mismo movimiento en el rol y que da lugar a gestos capaces de potenciar existencias. Consideramos que el corrimiento del lugar de adulto expresaba esta posición jugada, desdibujada, en el rol. Correrse del lugar de adulto -sin dejar de serlo-, pone en juego gestos de instauración que abren la posibilidad de afectarnos y, por qué no, de alegrarnos; de intensificarnos para existir más y de otros modos. A diferencia de los gestos del pastor, cuyos efectos no van más allá del comando rígido sobre “lo fundado que se tuerce, se doble, se inclina hacia el fundamento como un girasol hacia el sol” (Lapoujade, 2018, p.73), los gestos inmanentes de facilitación crean derechos en el sentido que “la intensificación de la realidad de una existencia tiene siempre por correlato la afirmación de su derecho a existir” (p.83). Crean derechos en el sentido que lo esencial de un derecho, como lo entiende Claude Lefort (2004), no es ser objeto de una declaración, sino declararse. Manifestarse con más determinación y de nuevos modos. De esta forma, posicionarnos desde el movimiento como facilitadoras, es decir instaurar,

es como volverse el abogado de esas existencias aún inacabadas, su portavoz o, mejor aún, su porta-existencia (…) hacemos causa común con ellas, a condición de oír sus reivindicaciones, como si ellas reclamaran ser amplificadas, agrandadas, en suma, vueltas más reales. (p.74)

 

A modo de cierre…

 “Un aliado no se pone en mi lugar porque sabe que sería un modo de rechazarme. Un aliado no busca entenderme porque sabe que sería un modo de engañarse. Los aliados se mantienen en silencio. Acompañan”.

Santiago López Petit

Concluiremos este artículo a partir de un último interrogante que nos gustaría introducir respecto a la cuestión de la facilitación: finalmente, ¿de dónde proviene la legitimidad de una facilitadora?

Cuando Lapoujade (2018) nos dice que una existencia conquista su legitimidad por sus procesos de intensificación y no por un adulto que funda, nos está diciendo que es el propio modo de existencia el que se confiere su legitimidad o, en todo caso, el que legitimaría al facilitador a “pretender tal derecho” (p.82), a sentirse “fundado a” (82). De lo contrario, dice el autor, “se confunden dos actitudes: aquel que se siente importante por haber visto y aquel que siente la importancia de lo que ha visto” (p.82). La primera actitud se relaciona con aquel obstáculo en la práctica comunitaria que Elena de la Aldea (2018) llama “subjetividad heroica”. Para la psicóloga,

es la subjetividad heroica la que constituye a las víctimas como víctimas al ponerse en esa posición, al no mezclarse con ellas (…) hace cosas por los otros, y de esa forma se suprime al otro como sujeto y también a sí mismo: tanto el héroe como el salvado quedan abolidos como sujetos. (p.5)

A su vez, al expresar “la imposibilidad de aceptar que yo o el otro tenemos limitaciones” (p.6), la subjetividad heroica resulta paradójicamente impotente. Dirá de la Aldea que “lo opuesto a omnipotencia es potencia, y no impotencia; la omnipotencia es tan impotente como la impotencia, son la misma cosa” (p.6). Lo que se pierde con la disposición heroica-omnipotente “son las potencias, los posibles de una situación” (p.6).

Traemos en este punto la expresión de uno de los jóvenes que fue invitado como integrante del CJE a un encuentro en el seminario “La intervención social con niñes y jóvenes desde el protagonismo” de la Facultad de Ciencias Sociales (UNC). En dicho encuentro, una adulta allí presente le preguntó lo siguiente: “para que un consejo de jóvenes funcione, ¿qué tienen que hacer los adultos y las adultas?” (Cuaderno de campo, 17/10/2020). El joven respondió “no mucho, apoyarnos en las decisiones que queremos tomar y ayudarnos” (Cuaderno de campo, 17/10/2020).

Lo que, a nuestro entender, nos está diciendo esta expresión es que la legitimidad de la adulta facilitadora no proviene ni de la superioridad técnico/profesional de su supuesto-saber, ni de la autoridad que encarna, ni de su heroísmo, sino de esa particular pretensión de “no mucho”. Un “no mucho” que incluye la implicación con apoyo y ayuda y que, por lo tanto, no es sinónimo de ser espectadoras pasivas. Disponernos a no mucho, despojarnos del heroísmo en tanto facilitadoras, puede ser justamente la condición para fugarnos de la impotencia del espectador. Como sostiene Peter Pál Pelbart (2009), “una cierta desilusión, o más bien una decepción, que implica la ruina de ciertas utopías y esperanzas, puede ser la condición para percibir otras fuerzas que piden pasaje, incluso las más vitales” (p.214).

La legitimidad de la adulta facilitadora proviene de esa alianza modesta pero sumamente vital con las jóvenes. Una alianza de solidaridad mutua donde adultas y jóvenes “se hacen existir uno al otro” (Lapoujade, 2018, p.78) y “cada uno según su modo de existencia propio” (p.78). En su libro Hijos de la noche, Santiago López Petit (2015) nos habla de una “alianza entre amigos”:

La alianza de amigos está sometida a múltiples peligros, desde la institucionalización a la marginalidad. Estas amenazas exteriores pueden ser controladas hasta cierto punto. Sin embargo, lo que inevitablemente la socava son las relaciones de dependencia que surgen en su interior. La incapacidad de aprehender la propia soledad por parte de cada uno de sus miembros. El centro que organiza la alianza de amigos es un vacío que debe permanecer vacío. (pp. 173-174)

Rechazando el heroísmo y la dependencia por impotentes. Forjando un carácter modesto en fricción con las fuerzas que afectan a la vida en común. Dispuesta al peligro de la noche para aprehender allí la soledad que sostiene la alianza. Así es que deambula la facilitadora. De ahí es donde proviene su legitimidad.

Las reflexiones llevadas a cabo, nos permiten sostener que la facilitación en este campo de problemáticas de la psicología comunitaria no es, o no es solo, un acto intencional de voluntad o una toma de partido en favor del fortalecimiento de las comunidades. Como hemos visto, detrás de estas intenciones, no es difícil que se cuelen los pastores con sus gestos fundantes y su heroísmo. La facilitación se produce a través de una alianza particular que construimos con las comunidades y que legitima nuestro quehacer y nuestras intervenciones. Una alianza modesta pero hecha de fricción, intensidad y fuerza vital. La facilitación es esa posición jugada y desdibujada en el rol que nos conecta intensivamente con las comunidades y favorece los procesos de intensificación.

Tomando la dimensión de la intensificación, a partir de las vicisitudes propias del acompañamiento a un espacio de participación juvenil y desde la potencia del juego, hemos presentado una lectura micropolítica del quehacer en psicología comunitaria.

 

Bibliografía

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Sztulwark, D. (2020). La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político. Buenos Aires: Caja Negra.

 



[1] Fecha de recepción: 18/04/2022. Fecha de aceptación: 14/06/2022.

Identificador persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/gj9rqn3e0

[2] Universidad Católica de Córdoba

Córdoba, Argentina

https://orcid.org/0000-0002-5618-8060

ama_baros77@hotmail.com

[3] Universidad Católica de Córdoba.

Córdoba, Argentina.

https://orcid.org/0000-0003-0911-2618

valentina.reca02@gmail.com

[4] Debido a que la mayoría de las integrantes presentes en nuestra práctica pre-profesional supervisada eran mujeres, decidimos utilizar el lenguaje genérico femenino.

[5] Art Atack era un programa de televisión infantil transmitido a través del canal de Disney Channel, el mismo consistía en la elaboración de manualidades con elementos que estuvieran disponibles en los hogares. Aunque, paradójicamente, estos elementos no eran usuales, por lo menos en los hogares de la Argentina.

[6] Empleamos siglas en lugar de nombres para preservar la identidad de las personas involucradas en la experiencia.

[7] Es el estado en el que una persona tiene falta de voluntad, entusiasmo o energía para desarrollar alguna actividad.