Entre la vida cotidiana y el orden social. Una lectura feminista de la cuestión[1]

Between everyday life and social order. A feminist reading of the issue

Gabriel Emiliano Atelman[2] y Teresa Beatriz Chelotti[3]

 

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-No hay restricciones adicionales 4.0 (CC BY-NC 4.0)

 

Resumen

En el presente escrito nos ocupamos de problematizar la categoría vida cotidiana a partir del análisis de las desigualdades de género como expresión de un orden colonial y patriarcal. A partir de una revisión teórica proponemos un diálogo entre diferentes aportes de la teoría social clásica, feminista y decolonial en vistas de propiciar interpelaciones a relaciones de poder. Para iniciar consideramos inevitable recurrir a la densidad histórica para problematizar los procesos de subordinación social. La separación ficticia entre producción y reproducción social que emerge en la modernidad, es clave fundamental para analizar la estratificación social desigual y jerarquizada. Luego nos ocupamos de presentar una lectura de las desigualdades que comprende que las mismas están entrecruzadas y operan en simultaneidad. Desarrollamos e inscribimos allí la advertencia feminista de situar al género en relación con otros patrones de poder. Finalmente, nos proponemos a la luz de los aportes trabajados recuperar algunas teorizaciones de la vida cotidiana en tanto espacio estratégico para desmantelar las desigualdades de género. La consigna feminista de “lo personal es político” aparece hilvanando discusiones teóricas en esta propuesta que busca seguir indagando acerca de la intrinseca relación entre vida cotidiana y orden social.

Palabras clave: vida cotidiana, orden social, feminismos

Abstract
This paper critically interrogates the category of everyday life through an analysis of gender inequalities as manifestations of enduring colonial and patriarchal structures. Engaging with classical social theory, feminist epistemology, and decolonial thought, we construct a theoretical framework that challenges naturalized power relations. Our analysis begins by situating contemporary social subordination within its historical matrix, emphasizing how modernity's artificial demarcation between production and social reproduction undergirds unequal and hierarchical stratification systems. We then advance an intersectional critique, demonstrating how gender inequalities operate in simultaneity with other axes of power, following feminist theoretical interventions that reject analytic separations between systems of domination. The study culminates in a reexamination of everyday life theories, reconceptualizing the quotidian as a contested terrain where gender inequalities are both reproduced and potentially disrupted. The foundational feminist axiom "the personal is political" serves as our conceptual lodestar, illuminating the dialectical relationship between micro-level social practices and macro-structures of domination. This contribution seeks to deepen scholarly understanding of how quotidian experiences constitute a strategic epistemic site for decolonial feminist praxis.

Keywords: everyday life; social order; feminisms

 

Introducción

La propuesta de este escrito es desplegar ciertas interpelaciones y problematizaciones a la vida cotidiana en el campo científico que contribuyen a visibilizar desigualdades de género en articulación con otras, como expresión del dominio colonial-patriarcal.

Los aportes aquí desarrollados buscan profundizar elaboraciones teóricas que esbozamos, inicialmente en el marco de una ficha de la cátedra de la que formamos parte “Trabajo Social y Vida Cotidiana”, correspondiente a la Licenciatura en Trabajo Social (Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de Entre Ríos). La intencionalidad de la misma fue potenciar el acceso al material bibliográfico del tema “Género e interseccionalidad. Algunas lecturas posibles en clave de vida cotidiana” ubicado en la primera unidad, encargada de abordar la perspectiva teórico-epistemológica de la cátedra. En este escrito buscamos dar cuenta de cómo interpelaciones feministas anclan e irrumpen la vida cotidiana y exponen fuentes de origen de desigualdades que afectan a mujeres y disidencias. Este escrito invita a mirar de modo feminista la vida cotidiana para pensar el entramado más amplio de un orden social en el que estamos inscriptes.

Entendemos la vida cotidiana como lugar estratégico para comprender de modo complejo los símbolos e interacciones que configuran la dinámica social. Es allí donde se imbrican prácticas y estructuras, y acontecen la reproducción e innovación de modo simultáneo y articulado (Reguillo, 2000). Desde el Trabajo Social, Lugano (2002) recupera la vida cotidiana como espacio de reproducción de las relaciones sociales. Allí suceden significaciones subjetivas particulares en torno a la conflictividad social. Recapitula también que es un espacio en donde coemergen múltiples variables, lo que propicia interferencias, movimientos y modificaciones de lo social. Propone también que para comprender la dinamicidad de la realidad, es menester analizar las reconfiguraciones que acontecen en la vida cotidiana. Para el Trabajo Social la vida cotidiana es el espacio de mayor cercanía con los procesos de configuración subjetiva, en donde se pueden desplegar intervenciones que tiendan a garantizar condiciones indispensables para el sostenimiento y reproducción social.

Para ordenar de algún modo los aportes y reflexiones feministas a este asunto, dividiremos el desarrollo en tres momentos. En primera instancia, nos interesa considerar cómo la división moderna de tareas está atravesada por relaciones de poder. Allí consideramos importante mirar de modo histórico-político las interpelaciones feministas que devienen irrupciones en un mundo masculinizado. Luego, reflexionaremos acerca de cómo las desigualdades (clase-género-etnia-otras) se anclan, expresan y particularizan de diferentes modos en el entramado de lo social. Concluiremos problematizando teorizaciones clásicas de la vida cotidiana y construyendo una invitación a interpelar la configuración de un orden patriarcal, colonial y neoliberal.  De este modo, el escrito buscará desplegar y enumerar ciertas claves feministas para complejizar las reactualizaciones sociales en los tiempos que vivimos.

 

Ciudadanía y sociedad: las desigualdades de género desde una perspectiva histórico-política

Leguizamón (2024) se enfoca en los correlatos epistemológicos desarrollados por las primeras feministas en la academia, organizados históricamente en "olas". La autora destaca la importancia de analizar los diferentes enfoques teóricos que han moldeado el feminismo a lo largo del tiempo, en lugar de centrarse únicamente en las trayectorias de grupos o figuras institucionales.  Un punto central de su propuesta es la comprensión del surgimiento de una concepción de género que se adaptara a los discursos dominantes y su integración en el ámbito académico.

Entendemos en este sentido que la modernidad produce una separación ficticia entre producción y reproducción para sostenerse como nuevo orden social. Liga la producción al mundo del trabajo y la reproducción al mundo de la familia. La definición de estas esferas se sostiene en relaciones que se fundan en patrones e idearios de clase, género, etnia, generación, etc. (Comas, 2014).

Esto subjetiva de modos diferenciados a identidades ligadas a la producción, y a la reproducción, jerarquiza estos espacios y los separa. “La producción del mundo” pasa a estar ligada al ámbito público y por lo tanto, se torna espacio privilegiado de toma de decisiones en torno al orden social (Fraser, 1993). Esta dimensión queda asociada a lo masculino, identidad que aparece con el rol de participante y sujeto dominante en este espacio y proveedor de recursos hacia su espacio familiar.

La reproducción es una dimensión que aparece subordinada e incluso invisibilizada (Expósito, 2021).  Es el espacio en donde se depositan y transfieren las tareas que corresponden a la misma vida. Aparece como un ámbito externalizado e independiente del sistema económico-político. Se encapsula en hogares, en el interior de las familias (Carrasco, 2001). Lo ligado a lo reproductivo es todo lo que hace a que el mundo siga funcionando como tal, pero cómo afirma desde la literatura feminista, también ese es un espacio estratégico en donde aparecen grietas, experiencias, historias y relatos de tensión, resistencia y lucha ante relaciones coloniales y de dominación.

Como bien sostiene Millett (1995), las mujeres en principio aparecen ligadas a la reproducción de la fuerza del trabajo que se supone se desenvolverá en lo definido como ámbito público. Este ámbito se encuentra sumamente feminizado, en donde la mujer asume el lugar de “madre” (con tareas que supuestamente de modo natural le corresponden) y es el espacio que se relaciona con “lo privado”. Como bien sostiene Pateman (2000) el salario hacia el “varón trabajador” ficciona una presunta satisfacción de las necesidades de la mujer y de todo el grupo familiar y a su vez enmascara la cantidad de tareas correspondientes a asegurar el bienestar que se suelen adjudicar a las identidades mujeres-madres. Esto a su vez parte del supuesto de dependencia de las mujeres con varones proveedores y produce relaciones de dominación.

Carrasco (2001) esgrime dos motivos en torno a porqué los espacios y responsabilidades ligados a lo reproductivo se invisibilizan, lo que tiene que ver con el mismo sostenimiento de un sistema desigual.  La invisibilidad responde a sostener el mismo sistema patriarcal en donde la masculinidad cómo grupo dominante define e impone principios que construyen mundo, estructuran el poder y universalizan su identidad como norma. El otro motivo responde al funcionamiento del mismo sistema capitalista que depende del sistema doméstico para garantizar las lógicas de acumulación y extracción del capital.  Vemos cómo la modernidad se segrega y aísla en diferentes espacios que se asumen como básicos y elementales, naturalizándose como régimen de esta manera y contribuyendo a su sostenibilidad.  Ante esto Pateman (1995) recupera que el contrato de matrimonio es un contrato de trabajo, ya que el tiempo y la mano de obra de la mujer es apropiada para el bienestar de su esposo. Vemos así como las fronteras de la vida que sostienen un contrato social del que hablan las teorías contractualistas, establecen relaciones de género opresivas (Pateman, 1995). Además suponen la heterosexualidad como obligatoria y natural, cuando no es más que un constructo ideológico e imposición cultural que produce un borramiento de otras historias y trayectorias identitarias (Rich, 1982) y garantiza la dominación masculina (Fraser, 1993). Entonces el origen de la familia tiene que ver también con la legitimidad del poder masculino en tanto y en cuanto confisca a las mujeres para cuestiones definidas en la modernidad como “privadas” (Gough, 1974).

Los aportes feministas vienen a tensionar estos umbrales que aparecen tan marcados en un régimen económico-político que asigna a lo biológico supuestas características para ordenar y clasificar lo social (Rubin, 1986). Lo dicho hasta aquí evidencia la contigüidad y mutua implicación entre producción-reproducción, lo que aparenta individual y lo social, lo privado y lo público, etc. (Arfuch, 2005). Los feminismos develan que estos umbrales ficticios tienen una carga ideológica e invitan a interrogar acerca de cuáles son las modulaciones y disposiciones que masculinizan el espacio público y privatizan y feminizan la reproducción, espacio soporte de relaciones de dominación y parte central de procesos de acumulación (Expósito et al, 2023).

En este sentido, Federici (2020) propone que el reconocimiento de la subordinación social como producto histórico cuyos orígenes están en una división sexual del trabajo desoculta relaciones sociales que son indispensables para vislumbrar las lógicas de explotación y acumulación del capital. Hay una continuidad, sostiene la autora, entre la devaluación y naturalización de la reproducción de la fuerza de trabajo y la devaluación de la mano de obra empleada. Esta fragmentación entonces bien binaria, dicotómica, no hace más que esconder una cadena de producción global que solo beneficia a una lógica monopólica de acumulación del capital a costa de la jerarquización y subalternización de vidas. Reconocer que el trabajo doméstico es mediante el que se produce fuerza de trabajo contribuye a comprender que las relaciones de género son relaciones de producción complejas, contradictorias y conflictivas. Esto invita a inscribir historias y experiencias personales de vida en dinámicas más amplias de conflictividad social y política. Esta propuesta feminista de leer situaciones de desigualdad y subordinación como medio para entender la dinámica de lo social, se expresa de modo muy claro y pertinente en uno de sus lemas históricos que entendemos atraviesa este escrito y constituye fundamento de toda lucha feminista: lo personal es político.

Federici (2020) además reconstruye que el movimiento feminista al interpelar las jerarquías mismas de la división sexual del trabajo, proporciona una crítica material a la vida cotidiana y pone al descubierto una estructura desigual que se traduce en cada acontecimiento cotidiano. Los aportes feministas colocan a la producción de seres humanos como hecho fundante y originario de toda historia, denunciando que esté es un trabajo que se ha maternalizado, segregado y subordinado frente al trabajo que produce rédito económico. Es importante pensar cómo las jerarquías raciales y sexuales producen relaciones de poder y también experiencias, identidades y perspectivas desiguales y diferenciadas. Desde aquí entendemos que no es posible pensar la vida cotidiana desde un sujeto social abstracto, universal y asexuado; sino que es fundamental situar las experiencias en un entramado social de múltiples y complejas divisiones y clasificaciones sociales que producen realidades particulares (cuestión a la que volveremos en el próximo apartado).

Las plataformas digitales en diálogo con la hegemonía de formas empresariales de subjetivación, entre otros fenómenos contemporáneos, trastocan modos de comunicación interpersonal y el cara a cara como escenario central en el sostenimiento de la vida cotidiana. Esto en mixtura con que los recursos de subsistencia son cada vez más inaccesibles deviene en una crisis reproductiva como uno de los hechos centrales que hoy constituye nuestra vida cotidiana. La supervivencia se torna problema público en un contexto en el que los estados en alianza con los mercados vuelcan sus esfuerzos a individualizar responsabilidades en lo que respecta a la vida.

Fraser (2016) devela una contradicción del capital que tiende a la crisis: es la misma reproducción social la que garantiza la acumulación monopólica del capital, el cuál desestabiliza la reproducción social. En las crisis, las formas de sostenimiento de la vida adquieren formas colectivas y se vuelven campos de disputa material y simbólica ante un orden social que se sostiene en un extremo aislamiento de estos trabajos reproductivos. Estas formas cooperativas y solidarias, entienden los feminismos (Federici, 2020), disputan con la privatización de nuestras vidas cotidianas y nos invitan a problematizar acerca de tres cuestiones. Por un lado, como hacer para que los cuidados no sean una carga laboral, sino una tarea compartida, reconocida, creativa y colaborativa. Por el otro, cómo lo común no es solo objetivo sino condición misma de nuestra vida cotidiana, y es una forma embrionaria que condensa luchas por modos otros de orden social. Por último, si entendemos que los cuidados se inscriben en modos de producción-reproducción social, es importante preguntarnos qué cuidados para el sostenimiento de qué vida-s (Expósito et al, 2023).

Genolet (2010) nos advierte desde el trabajo social y como militante histórica feminista, que para comprender los aportes e interpelaciones feministas a la modernidad y a estos tiempos contemporáneos es fundamental recurrir a su densidad histórica de los últimos y recapitular sus orígenes, luchas y teorizaciones en diferentes latitudes del mundo. Esto nos propone reconstruir disputas por posicionar a mujeres (e identidades no masculinizadas) como subjetividades políticas. También nos invita a remirar en clave histórica las miradas y perspectivas políticas que proponen los feminismos para luchar contra las desigualdades en diálogo con otras teorías crítico-emancipatorias. El horizonte feminista tiene que ver con una noción de futuridad sin opresiones ni injusticias sociales (Hooks, 2017), y para ello es necesaria la materialización de procesos emancipatorios.

La dicotomía producción-reproducción de la que venimos escribiendo, claramente tiene su correlato en la división genérica, y el antinomio cultura-naturaleza, hombre-mujer, entre otras. Las propuestas feministas tensionan la biologización y naturalización de actividades y espacios asignados a cada género que devienen en relaciones de dominación; en desigualdades de género. Esto interpela la carga laboral del ser madre como proyecto único de vida para las feminidades, que se expresa en múltiples exclusiones sociales y políticas. Las luchas feministas inician a masificarse poniendo de manifiesto que la supuesta universalidad de los ideales de la revolución francesa (solidaridad, igualdad y fraternidad) son sexistas, clasistas e imperialistas (Genolet, 2010).

Estas interpelaciones a las desigualdades de género se multiplican en diferentes formas organizativas y de acción colectiva y entran en diálogo con las teorías críticas en el ámbito universitario latinoamericano. Desde su auge a mitades del siglo XX y atravesadas entre diferentes y múltiples discusiones, los análisis de género concluyen que las mujeres no son un grupo natural sino una categoría social, que deviene de relaciones opresivas. Desde aquí se advierte la importancia de que la categoría de género no totalice el debate sino que se ponga en diálogo con otras clasificaciones sociales. Las mujeres negras, lesbianas, chicanas, por ejemplo, manifiestan que el racismo, el clasismo y la homofobia permean la experiencia de género. Esto pone en la mesa que no podemos leer la identidad de género desanclada de otras variables y condiciones sociales y políticas que nos atraviesan. La construcción de un “nosotras” como sujeto político es una estrategia organizativa para la producción de un proyecto feminista-emancipatorio: coexisten muchas “nosotras”: múltiples perspectivas y formas de denuncia, lucha y transformación de desigualdades (Genolet, 2010).

Genolet (2010) nos invita a pensar los aportes feministas en la contemporaneidad en varios puntos. Por un lado, cómo han demostrado que la concepción originaria de “mujer” es una categoría política, plural y múltiple inscripta y estructurada entre relaciones de poder. Es decir, esta identidad no puede ser leída como una esencia única y universal, sino de modo situado y en relación con diferentes clasificaciones identitarias, sociales, geoespaciales y temporales que sostienen un orden colonial, patriarcal y clasista.

Entonces si la naturalización de las desigualdades invisibiliza los procesos de atribución, jerarquización y binarización de géneros: es fundamental desocultarlas e inventar horizontes otros de redistribución y reconocimiento. Esto implica al trabajo social y las ciencias sociales a revisitar y profundizar estrategias feministas que desmonten lo asignado socialmente como masculino y femenino, apelando a leer los procesos de socialización y de configuración subjetiva inscriptos en un orden social hegemónico (Genolet, 2010). Las interpelaciones al régimen patriarcal han marcado que es fundamental comprender las múltiples exclusiones que atraviesan sujetos que no responden a la figura de hombre-europeo-blanco como universal hegémonico, logrando así avances en torno a desarmar la identidad cis-heterosexual como normal y obligatoria.

Que el orden social posicione a una tipificación masculina como sujeto dominante significa que hay reglas, normas e imaginarios que colocan esta tipificación como constitutiva de una ciudadanía universal. Los feminismos proponen problematizar la masculinización del mundo: es decir, abordan el gran desafío de desarmar un mundo que se constituye a partir de la dominación masculina, en pos de rehabilitar otros saberes, sensibilidades, razones, historias y experiencias que disputen con esta normalidad desigual; y también disputar la producción de ciudadanía-s para democratizarlas en razón de ampliar también los márgenes del espacio público.

El desarrollo de esta primera parte expone como lo público y lo privado son categorías políticas que se despliegan para legitimar intereses, opiniones y problemas y deslegitimar otros (Fraser, 1993). Ahmed (2021) invita a pensar cómo estas fronteras y antinomias modernas operan como muros que privan el acceso a derechos y limitan y cercenan las condiciones de posibilidad para poblaciones subalternizadas. Cómo se producen esos muros, que efectos en la vida cotidiana tienen y qué orden sostienen, son preguntas que trae la autora (2021) para animar y fortalecer luchas e interpelaciones que agrieten e interpelen las relaciones de dominio establecidas. Volvemos constantemente al lema de lo personal es político. Las luchas feministas interfieren en la vida cotidiana tal cual como la conocemos, tensionan lo que aparece como natural, cuestionan lo que pretende ser argumento de las situaciones de opresión y proponen el desplazó hacia procesos de subjetivación y de construcción vincular otros para transformar las desigualdades sociales y democratizar el poder.

El ideal de ciudadanía moderna que aparece como universal supone fronteras en torno a su acceso y tiene un sesgo patriarcal (Pateman, 2000), sexista, racista y clasista. Si para acceder a la ciudadanía es necesario habitar el espacio público, para identidades subalternizadas esto conlleva mayores complejidades, ya que supone compatibilizar éste con los trabajos de cuidados que están devaluados y conllevan una gran carga e inversión de tiempo subjetivo (Pateman, 2000). Para ahondar en este punto nos introduciremos en la teoría interseccional como propuesta para pensar el poder y sus atravesamientos, anclajes y manifestaciones.

 

Una perspectiva compleja de los entrecruzamientos y anclajes de las desigualdades sociales

Las epistemologías feministas advierten la importancia de situar e inscribir al género en relación con otras clasificaciones de poder. Retomando a Quijano, Bidaseca (2019) presenta al poder como malla que articula relaciones sociales de explotación/dominación/conflicto, que se entrelazan configurando lo social (Bidaseca, 2019). El nombrar de manera separada las clasificaciones sólo es fructífero en términos analíticos para comprender la especificidad de cada una de ellas, pero hay que guardar el recaudo de no separarlas, ni esencializarlas, ya que se encuentran imbricadas constantemente y son inseparables: se articulan y se singularizan en concretos históricos situados. Lugones (2008) afirma que las desigualdades sociales están entrecruzadas, que las marcas de sujeción-dominación son inseparables y que las opresiones actúan en simultaneidad permeadas por un orden colonial. La autora plantea que las clasificaciones sociales que devienen en categorías adquieren múltiples sentidos en la fusión con las otras y en situaciones específicas que jerarquizan y binarizan lo social. La modernidad, como planteamos anteriormente, ha ocultado el género como patrón que se articula junto a otros a la hora de organizar relaciones y jerarquizar la distribución de poder. Incluso, dice la autora, ha sido biologizado, para, al igual que con la raza, naturalizar el régimen moderno de explotación y dominación.

La perspectiva interseccional invita a develar una estructura de opresiones múltiples que operan de modo simultáneo (Arce Muñoz, 2020). Devela que la tríada neoliberalismo-patriarcado-colonialismo atraviesa todas las dimensiones de la vida cotidiana. Esta perspectiva expone la interrelación y superposición entre diferentes dimensiones y elementos de opresión que son irreductibles unos de otros y no pueden ser categorizados de modo estático sin tener en cuenta las estructuras sociales que los producen y reproducen (Muñoz Arce, 2020). En el campo del trabajo social y las ciencias sociales están emergiendo teorizaciones críticas que problematizan situadamente acerca de la articulación inherente entre estructuras sociales y procesos de subjetivación. Esto es a fines de comprender cómo se manifiestan las desigualdades en situaciones concretas, estudiando los anclajes en relación con las configuraciones que asume lo social en espacios y tiempos determinados.

Esta perspectiva, como dijimos, se origina en los movimientos feministas negros que cuestionan la idea de una mujer blanca y burguesa como universal (Lorde, 1988).  Carby (1982) afirma que no se puede hacer justicia por todas las mujeres en un mismo capítulo, ya que se reproduce el patrón de universalizar supuestas características de las mujeres blancas a los múltiples colectivos que, por diferencias geográficas, de clase, de raza, etnia, sexualidad, etc., es necesario estudiar y construir historia a partir de las propias significaciones y experiencias de cada sector en particular. En otras palabras, la valorización y reconocimiento de diferentes identidades subjetivas clasifica, condiciona y configura la vida cotidiana como campo heterogéneo y desigual. Butler (2009) teoriza la importancia de estudiar modos en que sectores atravesados por la precariedad se performan en vivencias, experiencias e historias en particular y como esto irrumpe y perturba en el campo del poder reivindicando y poniendo de manifiesto reivindicaciones, luchas y demandas usualmente silenciadas. Collins (2000) añade que cada grupo conoce la realidad de modo parcial y situado, desde su propio punto de vista: es decir es inconcluso y singular. Las palabras de Collins (2000) convocan a asumir la parcialidad como punto de partida para validar múltiples y heterogéneas realidades en disputa con una presunta universalidad que es sostén del androcentrismo. Esto deviene en cuestionamientos en torno a cuáles son los anclajes de la esfera pública y privada (Delgado de Smith, 2011).

Los anclajes de la vida cotidiana configuran procesos de socialización en diálogo e inscripción con estructuras sociales. Es decir, los anclajes producen identidades, experiencias y modos particulares de sentir, interpretar, habitar y relacionarse en este mundo. Los hábitos, costumbres, principios e ideas transmitidas dialogan con anclajes de una persona dependiendo del lugar del mundo en donde se encuentre y la cultura que la caracteriza. En ese sentido, no serán los mismos anclajes en una mujer adulta que vive en el centro de una ciudad que los que pueda tener, por ejemplo, una niña con alguna discapacidad motriz viviendo en un ámbito rural. No serán los mismos anclajes los que se desarrollan a partir de una sociedad autoritaria a las que se puedan desarrollar en una sociedad democrática. De allí la importancia de conocer la cultura, los contextos y las situaciones específicas para poder comprender cómo los anclajes condicionan la vida cotidiana y sostienen determinados ordenamientos sociales. Los anclajes de la vida cotidiana dialogan de modos concretos con procesos de fragmentación y estratificación social. Esto impacta de modo diferenciado en el mundo de mujeres, quienes bajo el papel de madre, han sido excluidas de los procesos de toma de decisiones, lo que aún sigue expresándose en desigualdades materiales y simbólicas concretas. Se profundizan brechas salariales, cargas laborales no remuneradas, el aumento de empleo en situaciones de precariedad. Esto deviene en una feminización de la pobreza.

La importante presencia de las mujeres en la vida pública y social, desenmascara la inconsistencia de un mundo laboral, edificado sobre valores masculinos (Delgado de Smith, 2011). La participación de mujeres y disidencias sigue bloqueada por una especie de “androcracia” que ha alimentado la creencia de que el mundo de lo público, es privativo de los varones (Delgado de Smith,2011). Uno de los desafíos en este punto radica en la producción de estrategias de irrupción en las fronteras y de la participación plena de todos los sectores sociales en lo que concierne a la vida sin jerarquías ni subordinaciones (Pateman, 2000). Ante esto Espinosa Miñoso (2024) nos advierte sobre los peligros de continuar con el modelo civilizador occidental moderno, que se basa en la destrucción de otras formas de vida a través del capitalismo, el extractivismo, la deforestación y la explotación.  Por otro lado destaca la potencia de las formas colectivas que van adquiriendo las rupturas con este proyecto. Señala a su vez, la necesidad de construir formas no-antropocéntricas de apelar a la vida, con apuesta a romper con la idea de resistencia exclusiva de los movimientos sociales contemporáneos y aprender de formas otras de valorar y habitar la vida.

Volviendo a la problematización de los anclajes, Reguillo (2000) nos invita a pensar como el tiempo y el espacio son variables y mecanismos de ordenamiento que están en disputa entre distintos grupos sociales. La distribución del tiempo y el espacio es una expresión de las jerarquías y desigualdades de un orden social. Es necesario leer estas coordenadas contextualmente para comprender sus usos, disputas y definiciones. Por ejemplo, el tiempo clasifica en diferentes culturas los momentos de la vida: en occidente moderno es el tiempo de vida el cuál divide la infancia, juventud, adultez y vejez, y con ello diferencia el acceso a la ciudadanía y ejercicio de derechos. Esta variable temporal se complejiza aún más y se puede problematizar en mayor completud si articulamos su análisis con clase y género, por ejemplo. Estos aportes interpelan las identidades esencializadas y denuncian el borramiento de múltiples subjetividades que producen las pretensiones universalistas y totalizantes al leer la clase, el género, la raza, la generación u otras clasificaciones como deterministas, descontextualizadas y aisladas entre sí (Muñoz Arce, 2020).

Las relaciones de dominación y desigualdad se producen-reproducen también en la esfera del conocimiento. Muñoz Arce (2020) propone que es fundamental que desde el trabajo social y las ciencias sociales asumamos el desafío de despatriarcalizar-descolonizar nuestros modos de comprender mundo en pos de transformar injusticias epistémicas, fortalecer los análisis críticos de lo real,  y pensar cómo desde nuestras intervenciones como campo del trabajo social y/o otras disciplinas sociales podemos estar contribuyendo a la reproducción de un orden hegemónico y/o asumiendo una perspectiva crítico-liberadora: interferir en él, interpelarlo, mirarlo y nombrarlo desde otros modos, descubrir las desigualdades e injusticias, transformarlo. Poner el foco en la mediación entre estructuras socio-políticas y procesos de configuración subjetiva tiene que ver con trascender lecturas que responsabilizan del carácter de experiencia a lo individual y/o a lo estructural. Tiene que ver con dotarnos, reapropiarnos y reinventar nuestras formas de ver el mundo. Tiene que ver con pensar que Ciencias Sociales queremos para que proyectos estatales, sociales y políticos en estos tiempos críticos en donde las desigualdades se profundizan y se reactualizan de modos diferenciados (Muñoz Arce, 2020). Para finalizar expondremos una argumentación a partir de diferente bibliografía de porque entendemos que la vida cotidiana se vuelve categoría estratégica para desmantelar y transformar las desigualdades de género en el concierto de las diferentes desigualdades producidas por la dominación burguesa-masculina-blanca-eurocentrada.

 

La vida cotidiana como espacio estratégico para desmantelar las desigualdades

Agnes Heller (1997) nos invita a pensar que no hay posibilidad de reproducción social sin la reproducción de lo particular, lo concreto, cuyos modos son variables, diferenciados y múltiples. Esta autora (1985) coloca a la vida cotidiana en el centro del acaecer histórico. Nos advierte de su carácter jerárquico y heterogéneo y sostiene que las normas de la vida cotidiana van construyendo valores, principios, comportamientos sociales específicos. Consideramos fundamental pensar a la vida cotidiana como espacio en donde acontecen disputas, modificaciones e irrupciones en torno a la objetivación de la misma. Es decir, la vida cotidiana condensa y sintetiza tensiones morales que devienen en un pensamiento cotidiano que se presenta pragmático, espontáneo, ultrageneralizado.

Por su parte Berger y Luckmann (1984) nos advierten que la realidad de la vida cotidiana se da por establecida como realidad, no es cuestionada, tampoco nos demanda verificaciones adicionales sobre su sola presencia y aún más allá de ella. Esa vida cotidiana nos resulta evidente e imperiosa. Sostienen estos autores que “El mundo de la vida cotidiana se impone por sí solo y cuando quiero desafiar esa imposición debo hacer un esfuerzo deliberado y nada fácil” (Berger y Luckmann, 1984, p.39). Por ello, entendemos que la posibilidad de trascender la actitud natural hacia una actitud teórica reflexiva requiere un ejercicio de problematización de aquello que nos es natural e incuestionado.

Por lo visto hasta aquí las orientaciones y direccionamientos hegemónicos que se referencian cual coordenadas de configuración de vida cotidiana son cisheteropatriarcales, neoliberales y coloniales. En esta línea, entendemos que enfocar la vida cotidiana es mirar la disputa por aquellas pautas de convivencia y criterios de normalidad cuáles son los sentidos que fundan, sostienen y se trastocan en nuestras experiencias de vida siempre en diálogo, inscripción e incluso discusión por más natural que aparente, con estructuras sociales que, como bien dijimos, nos sitúan en un entramado de relaciones asimétricas de poder (Lechner, 1985). Reguillo (2000) destaca la importancia de la vida cotidiana como un espacio estratégico para analizar y potencialmente desmantelar las desigualdades de género. Un aporte fundamental que nos trae la autora para pensar esta articulación es la visibilización de las estructuras de dominación, se señala allí que las teorías feministas han enfatizado la necesidad de prestar atención a los espacios privados, a través del lema "lo privado es político". Reguillo (2000) sostiene en este sentido la consigna de “lo personal es político”, como un lema que traen los feminismos invitándonos a reparar y transformar inhabilitaciones, restricciones y silenciamientos que han atravesado y atraviesan a identidades subalternas en torno al acceso y ejercicio de derechos. Esto busca exponer cómo los mecanismos de poder se reproducen en la vida cotidiana, al hacer reflexionar sobre los ámbitos de la domesticidad y el día a día, las estructuras de dominación se hacen visibles.

Otro elemento central que nos aporta Reguillo (2000) es la posibilidad de pensar la reflexividad y el cambio social: la reflexión sobre la vida cotidiana es una condición indispensable para el cambio social. Al analizar las prácticas y discursos cotidianos, se pueden identificar y cuestionar las normas y roles de género que perpetúan las desigualdades. Existen allí micropoderes y resistencia, en la vida cotidiana se articulan micropoderes que se oponen a la intención normalizadora del poder. Las personas, a través de sus prácticas diarias, pueden ejercer pequeñas "revanchas" y subvertir lo programado, incluyendo las normas de género. Reguillo (2000) destaca la importancia de la comunicación y los acuerdos en la vida cotidiana para desafiar las desigualdades. La aceptación de la diferencia y la reflexividad permiten cuestionar las "verdades" autoevidentes y construir nuevas formas de gestión colectiva que respeten la diversidad. Esta autora (2000) nos subraya que la vida cotidiana no es un ámbito neutral o pre-reflexivo, sino un espacio donde se reproducen y también se pueden desafiar las relaciones de poder, incluyendo las desigualdades de género. Entendemos entonces que la reflexión, la comunicación y la acción colectiva en este ámbito son cruciales para promover el cambio social. Es fundamental desde aquí, estudiar la vida cotidiana en constante inscripción y diálogo con la totalidad social. Lugano (2002) sostiene que la vida cotidiana es el espacio en donde se sintetizan expresiones de la conflictiva contradicción entre capital y trabajo en intersección con el vínculo entre expresiones estatales y societales. Las acciones transformadoras que se imprimen en la vida cotidiana trastocan, intervienen y modifican lo social: tienen que ver con su metamorfosis. Lo expuesto desafía la idea de realidad social como espacio estanco y unívoco, el concepto de vida cotidiana como espacio del mundo privado e individual y la noción determinista que mira a las estructuras opresivas como inmutables y estandarizadas.

Estos aportes nos demandan construir una matriz epistémica para poner en cuestión el orden social dado, las estructuras y relaciones de poder. Este escrito dialoga con algunas de las nociones centrales en torno a la vida cotidiana, género, orden social y poder y nos convoca, a su vez, al ejercicio de abrir preguntas. Entendemos que la producción de identidades y los procesos de configuración subjetiva acontecen en la vida cotidiana. Allí radica el desafío por descolonizar y despatriarcalizar los dispositivos de regulación social que se operan y también se tensionan en la socialización, en nuestras formas de relación con el mundo, con la vida, con el tiempo y el espacio. Mirar las transformaciones moleculares para comprender la metamorfosis de la cuestión social convoca a indagar también qué sucede en el espacio delimitado por la modernidad como privado, y cuáles son las reactualizaciones y disputas por la organización de la vida. Las relaciones de poder están en juego y configuran a su vez la vida cotidiana, se expresan en jerarquías, desigualdades y diferenciaciones.

En estos tiempos se intensifica una estratificación desigual y jerarquizada debido a procesos políticos que con múltiples estrategias insisten en la ubicación de la reproducción social en el ámbito privado. Ante este devenir mercantilista, Pasero reflexiona:

De qué nos servirá la vida si no hay lugares sanos para que transcurra, ni cuerpo para su goce. En el cuerpo de la naturaleza, en los territorios, se ensaya lo que luego se aplica sobre nuestros propios cuerpos, es decir, el nivel de tolerancia que se habilita al abuso de poder, a la impunidad, a la violencia (hetero)sexualizada y racializada. Y viceversa: en los cuerpos de las mujeres, niñas/es, gays, lesbianas, trans, travestis, se práctica la violencia que se extiende luego a todo el tejido social y naturocultural.

(...) ¿Cuánta violencia estamos dispuestas/es a permitir? Frente a la ceguera y negación, solo nos queda la materia insumisa del cuerpo para tramar revoluciones que alimenten al mundo, material y simbólicamente, en un contexto de hambreamiento y degradamiento extendido. (2025, p.7)

Un análisis coyuntural crítico y transformador aquí se vuelve ineludible para poder construir lecturas feministas interseccionales situadas geopolíticamente. Para el trabajo social y las ciencias sociales mirar la vida cotidiana en este sentido implica analizar las desigualdades sociales, pero también la configuración de aquellas estrategias organizativas que subvierten la programada ficción moderna y patriarcal de modernidad, es decir cuáles son las disputas de poder que acontecen en este espacio estratégico para comprender lo social (Reguillo, 2000). Con esto nos referimos a analizar las disputas por la colectivización-descolectivización de la vida y reflexionar y construir aportes en relación a las luchas colectivas que buscan desarmar los modus operandi de una hegemonía extractivista que se traduce en despojo, saqueo y empobrecimiento de los pueblos. Concluimos entonces que problematizar la vida cotidiana tiene que ver con pensar la tríada ciudadanía-vida cotidiana-poder, en vínculo con procesos distributivos y de reconocimiento. En fin, el estudio de la vida cotidiana, no tiene que ver con centrarse en las prácticas rutinizadas: sino, con indagar las disputas por el sentido, las batallas de poder y las tensiones de intereses que fundan y se condensan en las mismas (Reguillo, 2000). La vida cotidiana leída desde aquí se convierte entonces en espacio de intermediación (Lechner, 1985) en cuyo espacio anidan irrupciones, interpelaciones y suspensiones de la hegemonía patriarcal-colonial en lo que concierne a la producción y reproducción de la vida. Desde esta perspectiva la vida cotidiana es central para comprender los devenires de la historia (Heller, 1985; Reguillo, 2000).

La decisión de analizar el mundo de la vida cotidiana con el horizonte de desmantelar y trastocar injusticias y desigualdades materiales y simbólicas que permean lo social, es un claro posicionamiento ético-epistemológico que entendemos se abre y refleja en este escrito. Una lectura feminista de la relación vida cotidiana-orden social invita a analizar cómo se producen, reactualizan y particularizan relaciones de dominación y explotación (como expresiones históricas del patriarcado, el colonialismo y la distribución desigual del capital) y cuáles son las estrategias de tensión, resistencia, interrupción y construcción de justicia y dignidad en contextos situados. La frase feminista “lo personal es político”, nos invita a pensar que también lo económico, lo cultural, lo político, lo social es personal. Esta idea que condensa múltiples interpelaciones de este movimiento desafía las fronteras modernas de la vida, irrumpe la ficción de normalidad clasista, racista y patriarcal e invita a pensar sobre múltiples atravesamientos y anclajes de nuestras identidades y subjetividades, cómo también las articulaciones y tensiones entre lo particular y colectivo. A su vez, va en línea de desuniversalizar un ideal de ciudadanía y de “sujeto” y poder ejercitar un estudio situado temporal-espacialmente y estructurado entre relaciones de poder. “Lo personal es político”, nos reitera la importancia de pensar que toda vida cotidiana es política, que allí se producen, reproducen y modifican concretamente características del orden social, y nos vuelve la mirada a ver que, en nuestras trayectorias, experiencias, historias, habitares y compartires anidan potenciales modos otros de organización social. Esta frase, que atraviesa, se expresa y se despliega en cada postulado de este escrito, propone a la investigación social el desafío de desmantelar el sexismo sostenido en los principios científicos hegemónicos de verdad, neutralidad y objetividad.

Para finalizar nos es ineludible enunciar que toda ciencia es política: entendemos así que las posiciones que asumimos al mirar el mundo per-forman realidades específicas. Estudiar la vida cotidiana entonces requiere de modo indispensable la inscripción y el diálogo con un orden social hegemónico: y esto tiene efectos políticos desindividualizantes y desprivatizadores.  Más allá de revisitar las estrategias de sobrevivencia, enfocar la vida cotidiana tiene que ver también con poder pensar y armar el mundo que queremos y necesitamos hoy a partir de la conversación y creación entre múltiples saberes, esperanzas y horizontes colectivos (Pasero, 2025).

 

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[1] Identificador persistente ARK: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/pmpahnjil

Fecha de recepción: 15/11/2024. Fecha de aceptación: 05/06/2025

[2] Instituto de Estudios Sociales (CONICET-UNER). Facultad de Trabajo Social (Universidad Nacional de Entre Ríos)

Entre Ríos, Argentina

https://orcid.org/0009-0007-4020-7152

gabriel.atelman@uner.edu.ar

[3] Facultad de Trabajo Social (Universidad Nacional de Entre Ríos)

Entre Ríos, Argentina

https://orcid.org/0000-0003-0715-3280

teresa.chelotti@uner.edu.ar